Flor de Baja: dos décadas de injusticia

Por Iván Martínez Zazueta*

Veintiún años han pasado desde el cierre de la maquiladora Flor de Baja en Mexicali, que dejó sin empleo a más de cien trabajadoras y trabajadores, en uno de los casos más emblemáticos de injusticia y abuso laboral en el sector industrial bajacaliforniano. 

La planta era filial de una empresa estadounidense y estaba localizada en el Parque Industrial Las Californias. Producía y empaquetaba guacamole para su exportación a Estados Unidos. Su materia prima, los aguacates, eran transportados desde el estado de Michoacán. Se lavaban, cortaban y trituraban para convertirlos en diferentes tipos de guacamole, que se envasaban y congelaban para su traslado. La mayor parte del personal eran mujeres.

El 14 de marzo de 2003 Mexicali cumplió 100 años de su fundación oficial. Como parte de los festejos, Flor de Baja participó en la elaboración del “taco de carne asada más grande del mundo”, empleando a una parte de su personal y aportando el guacamole para el manjar cachanilla. Un mes después les avisaron que ya no tenían trabajo.

El 15 de abril de ese año, el personal de la planta fue llamado por el gerente de la empresa, Luis Alfonso Caballero Camou, un empresario mexicalense, radicado en Calexico. Se les reunió a puertas cerradas en el área de refrigerado de la planta y ahí se les comunicó que la empresa cerraría sus operaciones. Caballero argumentó que los dueños de la compañía no la podían mantener funcionando y se iban a ir de Mexicali. 

El gerente les pidió que firmaran un documento para exigirle a los dueños su indemnización, pero lo que en realidad estaban firmando, sin darse cuenta, era su renuncia voluntaria.

Tuvieron varias reuniones con el ex-gerente, quien argumentaba que estaba negociando con los dueños para que pagaran al personal lo que le correspondía. Según les había dado un plazo de 10 días, desde el cierre, para resolver los pagos. También les dijo que una alternativa para saldarles por su injusto despido era vender el equipamiento y maquinaria y que lo recaudado sería para indemnizarlos.

Tras el anuncio del cierre, las y los trabajadores comenzaron a hacer guardias en la propiedad, custodiando que no se retirara nada de la fábrica. 

Un ex-trabajador de Flor de Baja, Ciro Rojas, cuenta que al grupo se sumó el apoyo de militantes de la Organización Socialista de Trabajadores (OST), encabezado por la maestra Gema López Limón, quien fue una de las principales defensoras de la lucha. 

Ciro refiere que en una ocasión, Caballero quiso correr a Gema de una de las juntas, argumentando que no podían llevar a nadie externo a esas reuniones, cuando el ex-gerente había llevado a personas que no trabajaban ahí. Ciro le contestó que si ella no podía estar ahí, él también se iba y se paró para marcharse. El resto del personal le siguieron, diciéndole a Caballero “tú ya no mandas”. 

Ni Caballero, ni los dueños se presentaron en la fábrica en el plazo estipulado. Fue entonces que las y los trabajadores decidieron tomar el predio, realizando un plantón. 

La mayoría de quienes lo integraron eran mujeres de alrededor de 50 a 60 años. El plantón duró 41 días. Durante ese tiempo se colocaron lonas y cartulinas exigiendo al gobierno la solución de sus demandas. Se hacían mítines, se gritaban consignas y se hablaba con la gente para explicar los motivos de la lucha. Había turnos rotativos para estar en el plantón, aunque la mayoría de las actividades se realizaban de 9am a 3pm.

El plantón recibió el apoyo de las familias de las y los trabajadores, así como de personas y grupos solidarios. También llegó una comisión de derechos humanos, para ayudarles a hacer una demanda, pero al final no se logró nada por esa vía. 

Ciro cuenta que al tiempo los dueños gringos (o unos de sus representantes) llegaron al plantón y comentaron a los manifestantes que no querían que Caballero fuera el intermediario. Argumentaron que el dinero para pagarles no era el problema, pues era muy poco. Dijeron que el problema real era que Caballero les estaba demandando un monto mucho mayor y cada día que pasaba el tiempo esa cifra aumentaba. 

Al parecer, el ex-gerente usaba de argumento la protesta y la retención de la maquinaria como mecanismo de presión para “chantajear” a los dueños. Pero no era para beneficio de los trabajadores, sino para enriquecerse él mismo.

Poco a poco se dieron cuenta de que, desde un inicio, el empresario mexicalense no estaba de su lado, como buscaba aparentar, sino lo contrario. Sus prácticas fraudulentas comenzaron a aflorar. Por ejemplo, se enteraron que Caballero inflaba las listas de empleados con personas ficticias y eso provocaba que el personal real tuviera que trabajar mucho más. Había hasta el doble de hojas de tiempo en relación a las reales. 

Lo que los dueños argumentaban era, básicamente, que Caballero era responsable de la mala operación de la empresa y ahora quería estafarlos con su cierre. Seguramente esa versión tiene mucho de verdad y es una realidad cotidiana de las maquiladoras en la frontera norte mexicana, pero lo que dicho relato omite es que durante esos años muchas maquiladoras se fueron de Mexicali de la noche a la mañana.

Y esto se debió no sólo a la recesión de la economía estadounidense de dichos años, sino a que muchas empresas se mudaron a China después de que dicho país entró en 2001 a la Organización Mundial de Comercio (OMC), ofreciendo a las empresas la mano de obra más barata del mundo. A los dueños de esas fábricas no les importó dejar sin empleo a miles de trabajadores y trabajadoras mexicanas, siempre y cuando fuera más rentable su operación en su nueva ubicación. Fueron los casos más sonados de capitales golondrinos o industrias de pies ligeros.

Así, Caballero y sus transas le sirvieron a los empresarios estadounidenses para lavarse las manos e irse despreocupados. Cerraron el caso entregando las llaves de la fábrica a los propietarios del parque industrial, quienes comenzaron a hacer presión y gestiones con el gobierno para retirar la protesta y la maquinaria. 

Poco a poco el plantón se fue desgastando, pues muchas personas tenían que trabajar para sostener a sus familias. El caso no se resolvió y la lucha fue quedando en el olvido.

A la fecha, poco se conoce sobre el conflicto de Flor de Baja. Existen algunos escritos de Gema López Limón, pero casi no se puede encontrar información al respecto.

Quizá una de las fuentes de mayor alcance es el libro Imperial (2009) del renombrado escritor y periodista estadounidense, William T. Vollmann, aunque es un documento en inglés. Esta magna obra es un estudio de la historia, economía y geografía del Valle Imperial, California, con un enfoque particular en la frontera con Mexicali y en sus maquiladoras. Ahí narra el caso del cierre de Flor de Baja.

Vollmann entrevistó a una ex-trabajadora de Flor de Baja, Magdalena Ayala, quien aparte de hablarle sobre su lucha, le contó lo extenuantes que eran las jornadas laborales en esa maquiladora. Con turnos de diez horas por día y solo media hora de descanso, por 95 pesos diarios. Dijo que tenía que cortar 27 aguacates por minuto, lo que provocó que en tres meses que duró trabajando ahí se lesionaran sus muñecas. También contó que algunas personas contrajeron artritis y lesiones por congelamiento. 

Magdalena relató que mientras Flor de Baja era una de las mejores empresas en productividad, era de las peores en el trato a sus empleados. “Te roban el salario, todos tus bonos. Pero si dices algo, te despedirán y expulsarán”. Aunque luego argumenta que la mayoría de las empresas presentan condiciones iguales. “Te exigen mucho trabajo y si te despiden no te dan lo que te corresponde. Cuando exiges tus derechos, te excluyen.”

En suma, Flor de Baja es un caso más del drama maquilador de la frontera norte mexicana. Es otra historia de empresarios extranjeros y locales haciéndose ricos a costa del sufrimiento de trabajadores y trabajadoras mexicanas. Pero también es una historia de lucha y resistencia obrera. Una lucha que el poder busca no sólo aplastar en los hechos, sino en la memoria.

Por ello es importante recordar este caso como una muestra de que las y los trabajadores de las maquiladoras no son sumisos y apáticos como busca aparentar la clase político-empresarial, sino que tienen dignidad y la demuestran luchando por sus derechos.

También es importante traer el caso a la opinión pública, ya que actualmente se está discutiendo en el Congreso local una iniciativa de reforma en contra de las empresas golondrinas. La iniciativa busca sancionar con hasta seis años de prisión y multas a quien cierre operaciones de empresas, cambie de domicilio o impida el acceso sin haber despedido a sus empleados, cubriendo sus salarios, indemnizaciones y demás prestaciones laborales previstas en la Ley Federal del Trabajo. Esta y la propuesta federal de reducción de la jornada laboral a 40 horas son demandas históricas de la clase trabajadora mexicana, demandas en contra del neoliberalismo, que deben ser apoyadas desde abajo.

Para terminar, Ciro reflexiona que aunque con la lucha no se ganó “nada” en cuanto a lo que demandaban, sí se ganó en experiencia. Cuenta que es importante no olvidar estos hechos y rescatar todo lo aprendido. El ex-trabajador de Flor de Baja concluye: “La principal lección de lucha fue aprender cómo defendernos y organizarnos de manera colectiva, en masa. Juntos somos dinamita.”

Fotografías cortesía de Ignacio Gastelum.

*Investigador de temas como agua, energía, territorio, conflictos socioambientales y movimientos sociales en Baja California. Activista que participó en el movimiento en defensa del agua en Mexicali. Autor del blog Geografía septentrional.

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