Por Rosa Espinoza / De en seres
Más que una bebida que te alerta, un brebaje oscuro que evapora tus sentidos y te lleva a un despertar más límpido, el café es un lugar, un territorio de aromas y vapores, de esencias.
El espacio donde apaciguar los trajines cuando tu corazón se anticipa a la rutina. Un sorbo de café abre terriorios de luz, expande tu alma, despide el tedio.
Mi padre habita ese sitio. Frente a la estufa transportaba esa noche líquida en una taza y la bebía tibia en su trayecto a la vida cotidiana. A veces me la daba en resguardo mientras maniobraba por las calles para girar el volante y mirar al frente.
Con una señal simple me la pedía para el siguiente trago.
El perfume del café me transporta a esas mañanas que repito al infinito. En un impulso de nostalgia miro su rostro en mi librero y regreso a ese lugar.
El café siempre será un sitio en el que pueda sentarme a esperar a que el día se despliegue mientras aspiro la memoria de mi padre.