A solas

Las debilidades son lo único bueno que tenemos.
Es aburrido ser fuerte, y muy agradable flaquear a solas…
y entre dos.
Luis Spota, Casi el paraíso

Ornitorrincos

Por Ileana Hernández

La plática de cien abejas o muchachas en la cafetería de la facultad se abre paso en pequeños círculos donde hay explosivas carcajadas. Me gusta internarme en ese sonido, pedir un licuado de avena con espinacas y sentarme en medio de la algarabía, ahí desaparezco y entre la gritería que gira con platos, olores de papas fritas y café se hace el silencio.

Escribo en donde sea, me educó en la concentración un trabajo en Tijuana, en la vieja inmobiliaria del estado donde atendía cientos de personas, había plantones y denuncias a cada rato. Un compañero, el Willy, me pasaba las revistas Proceso ya que las terminaba de leer. Me apartaba del gentío leyendo Casi el paraíso, de Spota. Encontraba banquetas en las que pudiera perderme entre el tráfico. Después del trabajo de oficina, dejaba los tacones y me ponía mis botas militares, cruzada de piernas supe que lo mío era observar y vivir otras vidas a través del papel, de la escritura o el drama en vivo de los otros.

A solas veo mi vida en esta pantalla, me la explico y detengo el parpadeo porque escucho un canto: alguien en la mesa de al lado entona una canción en italiano. Debe ser algún estudiante de la facultad de música, pienso. Su voz sube y baja, tampoco le afectan los enjambres de murmullos y gritos de los estudiantes de medicina o psicología. Es una voz libre, no hermosa en su tesitura, pero bella en dejarse ir en ese escenario para la soda y los chun kuns de la cafetería.

Evito seguir la voz y localizar al cantante, ¿para qué descubrir su identidad?

Un vaso cae al piso y me obliga a levantarme, el muchacho del canto italiano detiene su canto y lo veo de espaldas; trabajosamente se apoya en una andadera que le sostiene desde los brazos delgados, su torso empuja lento una pierna y luego la otra. Maldice constantemente, sus compañeras le ayudan con la mochila. Los despido con la mirada.

Vibra en mis dedos la poesía del abrir una zanja en el caos, meter la cabeza en balde de agua fría y ser capaz de encajar en la perfección de un licuado de espinacas y la eterna voz de un muchacho que canta sobre la soledad de las aves, eso me digo y regreso al silencio que no depende del mundo sino de la certeza de estarlo habitando.

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