Mano

De en seres

Por Rosa Espinoza

Imagen instantánea, regresión: las manos de mi madre. Cruzamos la calle mientras siento sus dedos gruesos, su piel y sus uñas sobando mis palmas breves de niña. Para mí eso era ser importante. En ese sitio nunca me sentí perdida.

Sus manos eran dos portentos que transformaban la harina en pan, las semillas en brotes, los hilos en flores, las telas en vestidos, el llanto en caricias. Puedo llegar al cielo si las pienso, asumir todo el poder con su recuerdo, disipar los temores de la noche y arrancar el día con nuevos bríos.

Pienso en ellas moviéndose, gesticulando con gracia mientras se enredaban con su risa, con el brillo de sus ojos y su olor. No puedo evitar la nostalgia. Las imagino de nuevo, enredarlas en mi pelo y limpiando el sudor de mi frente, desapareciendo mis lágrimas, disipando el berrinche, abrochando las agujetas, sacudiendo la mesa de morusas, acicalando su peinado, extendiéndose para ser un abrazo. Aunque no están aquí no han desaparecido, son mi centro, me sostienen, dirigen mi camino de madre, mi senda de mujer, mi ruta de persona. Sonríen, embisten el enojo, hacen brotar la vida. Ahora son mis manos.