Bicitecleando
Por Tomás Di Bella/Infosavia
Las campañas políticas terminarán, por fortuna, y se acerca la hora de elegir. El ciudadano común, que somos la mayoría, se encuentra en el dilema de si votar por el que más promete, el que más carteles desplegó, el que mejor insultó a sus contrincantes, el que se burló en el debate, o el que más enojado aparece en los spots.
Es un dilema, es cierto, porque el futuro de Baja California dependerá de esta decisión. Pero para no errarle, yo pienso que lo mejor que podemos hacer es reflexionar y elegir a quienes más margen de acción nos den a los ciudadanos.
Por experiencia sabemos que el gobierno no resolverá todos los problemas, y somos las asociaciones de ciudadanos, los grupos realmente no gubernamentales, las cooperativas de barrio, los grupos culturales, la prensa verdaderamente independiente los que haremos la diferencia cualitativa. El mejor gobierno será siempre aquél que admita que existen muchos problemas y que no es capaz de resolverlos sin la participación ciudadana.
Así que no hagamos caso de las risas o pifias de los candidatos en los carteles o de los bailongos multitudinarios en los cierres de campaña y reflexionemos sobre los problemas, que no son pocos.
El gasto irracional es la principal causa del derrame de vitalidad que nuestro país derrocha en una infame carrera de antemano injusta por llegar a un dizque primer mundo. Junto con el mal ejemplo y la maliciosa distribución de nuestras calorías ha resultado en la torpeza de la economía. La mala planeación de nuestro esfuerzo tiene como consecuencia la sumisión. Volcamos a las campañas: convencimiento político y falaces promesas, es decir, gastos excesivos en carteles, engomados, tiempo en los medios, volantes, trípticos, mantas, etcétera, con el mismo discurso de salvación.
Parecen más predicadores religiosos que políticos serios.
Pero si entendemos el origen de este desperdicio y fuga podremos vislumbrar parte en la solución. Si la energía eléctrica, por ejemplo, está concentrada al servicio de una élite aferrada al poder, con todas las implicaciones de violencia que esto implica –hambre, desnutrición, enfermedades incurables, malestar social- la distribución equitativa de esta energía sería el nuevo paradigma, como dicen los académicos. Pero para lograr esta distribución equitativa, que serían recibos justos para todos y que CFE fuese una institución más humanista y menos rapaz comercialmente, tendría que haber esa participación ciudadana.
Así, perder energía, que en otras palabras significa producirla sin recibir sus beneficios, sin duda nos convierte en seres sin opinión, dominados y sin escapatoria. Aún más, la fuga de energía nos deja a la mitad del camino sin la posibilidad del encuentro, el encuentro como avance del conocimiento, como intercambio de ideas, de estrategias de resistencia, de planteamientos racionales y reales, de la chispa ingeniosa del pueblo.
Otra de las consecuencias de este caos gubernamental en el destino de nuestros recursos es que la ambientación en donde vivimos se torne asfixiante. Nos entorpecemos unos a otros por el reparto de la iluminación y la ventilación. Porque el mínimo espacio es también una consecuencia del mal reparto: ya saben, casitas de interés social y deudas enormes y eternas.
También se ha perdido el verdadero valor del trabajo y se reduce a mínimo el valor del esfuerzo: salarios bajos y alto costo de vida. Los gobiernos en su ceguera ningunean la originalidad y la invención y prevalece como una enfermedad cancerosa, el gozo y la recreación.
Se frustra el corazón de la gente, se abarrota el cerebro y se nubla la visión de un mejor futuro. Con la torpeza gubernamental aparece el tope, la ventanilla cerrada, la reja, el tropiezo, el codazo, la fila interminable, el orillamiento; surgen en primer plano el aburrimiento, el desprecio, el chismorreo y el desgano.
La falta de oídos sanos en el gobierno no le permite vislumbrar los rumbos de la gente y nos trata como conejillos de laboratorio como si no tuviésemos opinión o no fuésemos los verdaderos dueños de los recursos.
Por eso, y a pesar de lo heroico que el pueblo mexicalense puede ser, vemos embrutecidos y embutidos la televisión, donde nos invitan a ejercer nuestra libertad limitada al consumismo, al derroche, la mal información, la mansedumbre y la resignación.
Desperdiciamos el alimento, comemos chatarra, dejamos correr el agua, casi nunca caminamos por placer, contribuimos ciegamente con los pésimos planes gubernamentales, elegimos políticos y plataformas falaces e irreales, engañosas y tramposas. Somos involuntarios escuchando un plan sin nuestra participación. Los problemas son muchos, ya lo sabemos, pero la participación ciudadana puede resolverlos mejor que cualquier gobierno. Así que usted elija.