Por Tomás Di Bella
Apaga la luz, mijo. Nadie le responde. Prende la luz. Nadie le responde. Un cafecito. Nadie se lo sirve. Yo solía decir las palabras que tenían efecto en la realidad y los deseos se realizaban. Hubo una vez una mujer que bailaba danzones y escuchaba canciones de Toña la Negra y era feliz. Solía ir al mercado y platicar largo y tendido con los tenderos, los carniceros y las tamaleras. Brillaba caminando como la sonrisa de un pájaro en vuelo. La cabellera rizada y bien cepillada era un bosque en la noche, con sonidos de misterio y crujidos de matorral. Yo solía beber cerveza, mijo, dame una cerveza. Nadie se la da.
Iba a los bailes y me acercaba a la radiodifusora a cantar en los concursos y corría en las playas con mis amigas, en traje de baño y con sombrillas para el sol, enamorada de los atardeceres y de los barcos petroleros que bufaban yéndose pa dentro del mar. Caminaba después de los ciclones por las calles del puerto, soñando que algún día ya no estaría aquí, sino en algún lugar de montañas y nieve, de caminos solitarios y de chimeneas que alejaban el frío y la oscuridad. Que los varones me seguirían con su mirada y que todos en el pueblo me respetarían por lo simpática y amable que soy. Dame un taco, mijo. Nadie se lo da.
Yo aprendí a cocinar la comida mexicana porque habría que alimentar los hijos, pero también aprendí a zurcir, a sembrar hierbas medicinales en macetas, a criar gallinas, a sacrificar a chivitos, a lavar y trapear. Aprendí que la vida hay que trabajarla para que dé frutos de afecto y amor, de comprensión y sabiduría. Luego me interesé por el mundo, y entendía poco a poco que la gente sufría en todas partes. Nunca fui religiosa ni me gustaba leer, pero sí que percibía el llanto de otras, el sufrimiento del vecino, la tragedia del solitario. Mijo, ya tráeme el papel de baño. Nadie se lo trae.
Y después fue de las miles dejada, enviudada, despojada, aislada. Y nada tuvo que ver su suerte, su destino, su condición social, su horóscopo, su mala racha, lo tuvo que ver la realidad de las cosas de este país, de esta región, de esta localidad, de esta colonia de esta casa. Al final de la vida quedan los recuerdos, dicen, pero los recuerdos a veces o casi siempre son invenciones, y las invenciones se tornan caprichosas, pero cuando un verdadero recuerdo, una memoria genuina se presenta como una estrella fugaz, éste se enfrenta con la invención, y así la angustia y el dolor, la locura senil es indefensa. Y si no fue a parar a la muerte aún, le fue peor en el encierro protegido de la vejez despreciada, del ninguneo de toda la vida, del ninguneo de todas las mil de vidas. Y para eso llegó el olvido, para sanar lo malvivido y recordar un invento de vida, o de perdida pensar en la infancia, en la juventud, el último bastión de felicidad que pudo haber sido. No más rencor, hijo. Y no más rencor hubo. Y nadie se lo dio.
Pero entonces, porqué esta niebla densa, este final de camino. Una niebla fría siento que me entra por los ojos, se acumula frente a mí, no me deja ver el entorno, el cuarto, la casa vieja. No me deja oír, la niebla, se mete por los oídos y estoy sorda, se mete por mi boca y no puedo hablar, no puedo gemir, no puedo gritar. Quisiera que la niebla se fuese y me dejara oír el río, los llantos de mi hijo cuando tenía hambre, las canciones viejas, el taconeo en el rancho, el mugido de las vacas, el chorro de leche, el agua hirviendo, las manos aplaudiendo, los pájaros espantados volando después del hachazo en el bosque. Quiero ver el amanecer, cuando la noche era vencida y daba gracias por el nuevo día. Pero la niebla densa, espesa, invasora se mete en mis recuerdos y los paraliza, los congela, esa niebla fría que me atrapa de los pies, se prende de mi pecho, me jala de las mangas, niebla tiránica que me roza las mejillas, que retuerce la soledad como trapo lavado en el río, como lejía que raspa mi piel. Yo caminé por esta calle, yo fui esa, te puedes encontrar una persona y ya no te acuerdas qué es aquella. Así, y ni manera, la memoria es un baúl roto ya. Ya no se acuerdan cómo soy, porque tampoco me han visto. Se fueron. Y tampoco han hecho mucho como yo, de buscarlos, siempre, pa que estén aquí. Pasando tanto tiempo. Ya todo es extraño.