Bicitecleando/Terrarismos
Por Tomás Di Bella/Infosavia
1
El terremoto simplemente es una escritura. Desde este punto de vista, cuando la tierra se manifiesta en el sismógrafo, sólo está diciéndonos sus sentimientos. Así hay escritos leves, escritos sin profundidad que quedan grabados sobre el papel del aparato en rayitas menores. Pero cuidado cuando la tierra habla apasionadamente, esas ocasiones cuando escribe poemas coléricos o de amor. Eso sucedió en Mexicali cuando tembló 7.2 grados en la escala de la pasión. Quién pudiera escribir así, capturando toda la atención y, de paso, haciendo temblar de emoción.
2
Con el terremoto todo está por suceder porque todo salta a ser de suma importancia. Cualquier relato alrededor y un poco después del movimiento violento de las capas terrenales, se convierte en historia. Es referencia obligada: cuando la tierra se sacude el movimiento es relato de vida. ¿Qué, cómo, dónde, cuándo, con quién estabas durante el terremoto? Eso se cuenta miríadas de veces, en infinidad de versiones: literatura, pues, y todo gracias al movimiento inesperado de la tierra. Son como las crónicas del temblor democrático: a todos mueve, a todos toca, a todos provoca.
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Las personas identificamos al movimiento telúrico como hubris: una violencia arrogante y de superioridad. Cuando la tierra se mueve es en contra de nosotros, pensamos. Nos hace encolerizarnos porque es algo de lo que no tenemos control. Le tememos porque no sabemos el momento justo en lo hará. Sin aviso, nos mueve a nosotros y a nuestras estructuras, incluso nuestras conciencias: es como si lo hiciese a propósito, como si tuviese una intención, un plan para jodernos. Pero nos equivocamos al adjudicarle categorías morales a los movimientos de la naturaleza. No se trata de algún dios y sus designios de venganza, aunque algunos clérigos desean eso para asustar con esa arrogancia y superioridad.
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La ansiedad que provoca el terremoto no tiene parangón con ninguna otra fuerza natural cataclísmica que cause angustia o desasosiego. Digamos que un huracán lo vemos venir de lejos y sabemos que llegará, pero hay oportunidad de guarecerse. La naturaleza del terremoto es intransigente, espontánea, inesperada, pero nunca irresponsable. Si destruye es odiada, si propicia riqueza es adorada. Cuando la tierra se mueve sólo destruye, y si no destruye, asusta. El terremoto es angustia pura y concisa, antes, durante y más intensamente después. El terremoto es como ver el placer de otros: pura angustia sin terapia.
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Antes de cualquier terremoto hay un recuerdo vago de lo que eso significa. Antes del movimiento telúrico la conciencia está más o menos tranquila. Todo sucede después: en el momento del recuento de los daños, en la búsqueda de las víctimas aplastadas, en la valoración de todo lo perdido. Todo es después del terremoto, nunca antes. Pero, ¿cuándo sucederá el siguiente para darle su valor temporal? El terremoto, al igual que la vida, al igual que la muerte, siempre es un futuro incierto y aciago.
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No podemos extraer mensajes morales, religiosos o filosóficos de las manifestaciones de la naturaleza. No podemos llamarlos caprichos o preferencias: la naturaleza sencillamente en su complicación tiene sus maneras de manifestarse de acuerdo con una organización que la ciencia o la religión tratan de explicar a duras penas. ¿Para qué buscarle culpabilidad al terremoto? ¿No es mejor reconstruir y prepararse para el siguiente, no importa cuándo suceda? Si algo no tiene prevención es mejor no preocuparse por ello. Es como dejar de vivir porque sabemos que vamos a morir. Hay que asombrarse y estar alegre, aunque nada se sepa.
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Después del terremoto siempre surgen científicos geólogos para darnos explicaciones someras, no profundas, tan sólo escuetas. Me imagino que hacen lo que pueden ante una serie de eventos inesperados, aunque se les agradece el intento. Por ejemplo, en la zona sísmica Mexicali-Ocotillo, donde se han manifestado las miles de réplicas, nos dicen que ya se asomaron con sus aparatos a las entrañas de la tierra y que no sólo existe una falla, sino un ramal de ellas y que se pueden manifestar en dos semanas o cien años. Vaya precisión. Ante la pregunta de si seguirá temblando, la respuesta invariable es, siempre, que no se sabe a ciencia cierta. Sí seguirá temblando porque vivimos en una zona sísmica, pero la ciencia geológica no sabrá nunca –o hasta ahora no lo sabe- cuándo será el siguiente y de que magnitud o intensidad. Cuando algo no tiene explicación científica la gente se torna a la religión, o a la adivinación cósmica.
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La naturaleza está desde hace milenios antes que nosotros –disculpen la obviedad-. La tierra se mueve en sismos desde el mismo tiempo. Y así seguirá moviéndose después de nosotros. Por algo planeta en griego significa vagabundo, por eso no se está quieta. Así que ella no sabe que aquí estaríamos esperanzados a que estuviera a nuestro servicio. La naturaleza –dijo Gould- es amoral, no inmoral, y por lo tanto, no sabe que deseamos, que tenemos esperanzas, sueños y que buscamos el conforte y la seguridad de la vida. La tierra no sabe nada de nosotros, y por eso, cuando se mueve, no sabe que aplasta nuestros planes. ¿Será por eso que abusamos de ella?
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¿Si cae una gota inesperadamente o camina una hormiga más allá de su horizonte, le llamaremos a ello contingencia? La naturaleza no tiene un plan o designio, ella sólo es. Y es aceptable pensar en la objetividad de esta naturaleza –ya que todo influye en todo- de manera que el movimiento sísmico de la tierra es igual o atiende a las mismas leyes que el viento que mueve levemente la hoja del pino salado. Si existe un plan, nuestro intelecto no alcanza a entenderlo. El temblor no tiene explicación cultural. Aún así, hay estetas que nos quieren convencer de la cultura del temblor.
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Cada sismo es un reto a la creatividad, a la indagación, a la planeación, a la reconstrucción, a la prevención. Cada movimiento terrenal plantea nuevos mapas, grietas a resanar, dolores a olvidar, experiencias a reconsiderar. Si somos insignificantes y la naturaleza no nos prevé ni nos presiente, cada vez que se mueve pone a prueba –sin querer y sin darse cuenta- nuestro instinto de supervivencia. Entonces ¿es deseable el sismo como si fuese un acicate a la vida?
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La tierra se mueve y no la entendemos, o por lo menos no sabemos cómo interpretar su movimiento. Si somos ajenos a ella se mueve para sacudírsenos. Si pertenecemos a ella, y como dicen los nuevos alternos somos uno con ella, entonces algo está sucediendo en su constitución, algo hacemos para que se convulsione y se sienta enferma, e igual que a parásitos o bacterias, nos quiere expulsar de su piel, arrojándonos encima sus ardientes entrañas, triturando nuestras insignificantes pretensiones, machacando nuestras inútiles explicaciones, como ésta.
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En el fondo, por fortuna, seguimos siendo como nuestros ancestros salvajes y primitivos: primero somos muy serios, luego nos asustamos, para finalmente terminar riéndonos de nosotros mismos.