Se llama Bertha Xóchitl Gálvez Ruiz y tiene 60 años. Es una hembra alfa en un mundo de hombres llenos de egos, necesitados de reconocimiento y con las garras siempre listas para destrozar a quien se atraviese en su camino al poder y el dinero.
No me sumaré a los columnistas (así sin género específico) que hoy alaban el origen y el camino de vida que ha recorrido esta mujer para llegar hasta este punto, hacerlo es restarle méritos a lo que aún le queda por hacer si pretende encabezar a esta nación.
México vive atado a las figuras mesiánicas: si no es Cuauhtémoc, es Moctezuma, lo es Porfirio Díaz, Luis Donaldo Colosio y hasta Vicente Fox y ahora Andrés Manuel López Obrador. Parece que necesitamos siempre esa luz más intensa que nuestras buenas intenciones y nuestros corajes para que “alguien” repare el rumbo, elimine las desigualdades, las injusticias y la corrupción.
Siempre es alguien más, nunca somos nosotros los responsables y mucho menos los que haremos algo para modificar “esos renglones torcidos”. Es el mesías, el cacique, el patrón, el jefe, el líder, el hombre fuerte, la mujer poderosa.
Xóchitl es la esperanza de algunos contra la voracidad de los morenistas, contra la aplanadora de la esperanza y la maquinaria de los votos. Xóchitl está cumpliendo los requisitos que determinó la coalición y ha logrado que las diatribas diarias del omnipotente presidente de todos los mexicanos se conviertan en sólida base para sus aspiraciones.
Las corcholatas de Andrés Manuel se mueven en el tablero que él les impuso, con los recursos económicos, humanos y materiales de gobiernos varios, mientras que Xóchitl recorre ese territorio enemigo con el aparente apoyo de políticos de la oposición, todo esos que no hoy no gozan de carta abierta en el gobierno federal. Xóchitl tiene que poner agenda en los medios para que su personalidad se imponga. La suya es una carrera de fondo a las 12 del día en el mes de agosto, en las inhóspitas tierras cachanillas.
Esta contienda no es de propuestas, se equivocan quienes demandan conocerlas, está elección es de emociones puras, de discursos floridos y dicharacheros. Aquí se trata de prometer a manos llenas, aunque nada tenga sentido. ¿O alguien le hace sentido una Claudia Sheinbaum hablando como López Obrador y un Marcelo Ebrard bailando caballo dorado e intentando conducir tractores?
Gabriela Morgado: Licenciada en derecho. Ex corresponsal del diario Reforma.