Ornitorrincos/Perderse

Por Iliana Hernández/Infosavia

A esta casa le hace falta una hamaca, un patio largo con corredores en donde deambule el viento fresco buscando el hueco de las piernas. Mi amigo Elvis me invitó a dormir a su casa, me dijo: “Ñá, hay suficientes hamacas para todos los que vengan”. Me recosté en ese momento con el cansancio de todas las mujeres de mi familia y comencé a agitar la pierna como un péndulo que borraba el tiempo, evaporó todos los momentos con la prisa de llegar. ¿A dónde se quiere llegar que no sea a una misma?

Buscarse en el descanso, eso no lo hemos aprendido todavía, la trampa es lo otro, buscarse en el hacer metódico, en la estructura que nos va ahogando sin darnos oportunidad de respirar.

Me he internado en laberintos en los que he estado a punto de pisar mi propia sombra y algo me distrae, no llego a alcanzarme. No sucederá, me digo, hay que seguir caminando hasta perderse.

Perderse.

El maestro José Farelo nos dijo un día: “Está bien salirse de uno mismo, perderse, no ser los mismos. Cambiar y encontrarnos como otros”.  Imaginé que era bueno, que Dios vio que era bueno internarse en semejante laberinto de piedra y avanzar sin angustia, sentarse a ratos a beber una taza de té, luego recostarse en la hierba y dormir una siesta porque no hay prisa por llegar a ninguna parte. La vida nos la hemos inventado en la angustia de alcanzar lo estable, nadie te entrena para detenerte, lo que esta maquinaria celebra es el subir, nada de hamacas que entretengan el rumbo. Las hamacas muestran el ir y venir de un ciclo donde el cuerpo se abandona al movimiento sin esfuerzo, con los ojos cerrados y con la indiscutible voluntad de perderse.