Entre los usuarios del agua del Río Colorado suelen destacarse las ciudades y los valles agrícolas, pero las comunidades originarias y el medio ambiente también recienten la crisis hídrica, cuyos efectos se agravan cada vez más pero no son prioridad para los gobiernos
CEn colaboración con el portal Brújula News y en acuerdo con su autora Dianeth Pérez Arreola, se publica el siguiente reportaje.
Cucapá significa en su propia lengua “pueblo del río” o “gente del agua”. La vida de los Cucapá ha estado conectada desde siempre al delta del Río Colorado, y en la medida que se reduce su caudal, también lo hace su población. “El agua del Colorado es la sangre de nuestras venas” dice Leticia Galaviz, pescadora de una comunidad que se extingue poco a poco.
Según el censo del 2020 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, la población Cucapá se integra por 349 personas que habitan principalmente en las comunidades Cucapá indígena y El Mayor, en el municipio de Mexicali. Dependen de la pesca y conforme los volúmenes del Río Colorado se reducen, enfrentan más problemas para encontrar cuerpos de agua que les permitan sobrevivir.
Por otro lado, el delta del Río ha cambiado radicalmente ante la falta de agua. Gracias a los esfuerzos del Sonoran Institute y otras organizaciones ambientales se han podido recuperar varias zonas que se han reforestado y convertido en hogar de castores, aves, conejos, peces e insectos, entre otros.
Gracias al flujo pulso -cantidades de agua dedicadas a restaurar el medio ambiente- se han podido reforestar 350 hectáreas del delta con especies endémicas; áreas donde solo había pino salado ahora son el hogar de variada flora y fauna, como solía ser en los tiempos de abundancia del Río Colorado.
Veda, corrupción y sequía
Leticia Galaviz y su hijo menor limpian los 10 kilos de mojarra negra que pescó el joven ese domingo por la mañana. Es un caluroso mediodía de verano, y provistos con afilados cuchillos, cortan cabezas y colas, descaman y quitan las vísceras que enterrarán más tarde, mientras echan la pesca del día ya limpia al hielo molido.
Existen tres cooperativas pesqueras que agrupan a poco más de 100 integrantes. Los Cucapá pescan mojarra, lisa, bocón y camarón todo el año, mientras que la curvina solo dos meses al año, durante marzo y abril.
Últimamente han encontrado en la captura de aguamala un nuevo mercado que abastece al paladar oriental. Para eso tienen que irse hasta El Zanjón, el área donde desemboca el Colorado y empieza el Golfo de California. Pescan en julio y agosto y venden el producto a ciudadanos chinos locales, lo que les ha dado un respiro en su lucha por la supervivencia.
Nos dirigimos a El Zanjón con Leticia, quien previamente “avisa” por teléfono de nuestra presencia al grupo criminal que opera en la zona, así como las características del auto donde vamos para no tener problemas y no ser detenidos, pues los vehículos desconocidos siempre causan sospechas. La zona es una de las rutas de transporte de la droga que llega al Valle de Mexicali desde el Golfo de California. Los cárteles y los Cucapá tienen una relación “cordial” entre ellos, explica Leticia; ellos no se meten con nosotros y nosotros no nos metemos con ellos. “Cada quien en lo suyo y todos en paz”, dice.
La rutina de los pescadores es dura: salen a pescar por las noches; al llenarse las pangas van a la comunidad a vaciarlas, regresan y siguen hasta el amanecer. Mientras tanto hombres y mujeres se quedan limpiando el pescado. Eso cuando pescan en los cuerpos de agua cercanos a su comunidad. Cuando van a El Zanjón van en caravana y se quedan allá varios días.
“Llegan las pangas como de las dos a las cinco de la mañana; cerca de las dos de la tarde apenas vamos llegando al campamento, sin comer y sin dormir. Andas llena de tripas, llena de lodo, con un taco en la mano, corriendo”, cuenta Leticia.
La pesca en el Río Hardy es de domingo a martes, porque los miércoles es cuando llega a la comunidad el comprador de Tijuana. Pescar desde el miércoles significaría una fuerte inversión en hielo para mantener el producto fresco una semana.
“Llegamos con el pescado fresquecito donde nos lo compran y de estar en un promedio de 15 pesos por pescado, te lo pagan en la tarde ya a 7 pesos porque llegan primero los ilegales, que a veces ni tienen permiso de pesca ni pertenecen a ninguna cooperativa y que les pagan a las autoridades una mordida para que no los revisen y que hacen que a nosotros nos regateen el pescado”, señala.
Esa comunidad solo tiene permiso para pescar curvina dos meses al año. “Peleamos con el gobierno, les decimos que nos dejen pescar nada más a nosotros, los indígenas. Tenemos pangas que le caben máximo dos toneladas, con motores de 115 caballos y dos redes que no abarcan mucho. Nuestra competencia trae pangas que agarran cinco toneladas y traen cinco kilómetros de redes y así no podemos competir contra el Golfo ni contra San Felipe. Le decimos a las autoridades ‘déjanos pescar nada más a nosotros. La curvina déjala especialmente para nosotros’, pero no. Nos metieron el tope de captura, nos metieron la reserva ecológica donde nos permiten un cierto tonelaje, de 4 toneladas por panga, y no se cubren los costos con ese límite. Queremos prioridad para la pesca de curvina; es territorio de nosotros y saben que la pesca es ancestral”, indica.
Reserva ecológica
El Gobierno quiere hacer una reserva ecológica sin consultarnos, nuestra cooperativa no ha aceptado ese límite, expone la pescadora. Son dos meses de marea en un año, cuando el Golfo y San Felipe tiene permiso de sierra, de camarón, de chano, de curvina, de aguamala, y los Cucapá solo de curvina y aguamala, por lo que no son competencia.
Si nos ponemos a competir, no les hacemos nada, ni a lo ecológico y es lo que el gobierno no nos entiende, apunta Leticia. Le han pedido a las autoridades que les envíen agua del Río Colorado, y supieron que efectivamente lo hicieron, pero que se desvió hacia los humedales. “No llegó al río, no sé qué pasó, trazaron mal la ruta y el agua salió más enfrente de nuestra comunidad. Nunca nos explicaron qué pasó. Llegó al vado Carranza pero no nos llegó”.
El año pasado citaron a la comunidad Cucapá a una reunión en el Campo Mosqueda, donde les informaron que quieren hacer una reserva ecológica desde donde termina el Río Colorado hasta el Campo Mosqueda, y esto incluye su comunidad. No fueron consultados sobre esta propuesta y no están de acuerdo.
“Si no hay agua ¿a dónde nos quieren mandar?, ¿cómo van a sustituir nuestras áreas de trabajo?, ¿a dónde nos van a limitar a pescar? Les dijimos que no, y que no les íbamos a hacer el trabajo que ellos les corresponde porque preguntaban cosas como ¿para qué ocupas el álamo? Bueno, pues yo lo ocupo para hacer las faldas de corteza, las faldas tradicionales. Con el sauce hacemos trampas para pescar, las canastas. Y luego preguntaban ¿hacia qué dirección vas y cortas leña y de qué árbol? Yo les dije que como indígena uso palofierro, mezquite, pino, lo que se me atraviese por donde yo voy caminando, si yo ocupo leña la voy a agarrar. ¿Entonces no tienes un área fija donde agarres leña? No, porque yo no tengo límites en mi área, es mi tierra”, declara Leticia.
También les preguntaron sobre el uso de las plantas curativas, dónde encontrarlas, y ellos no quisieron responder. “No les íbamos a contestar para ayudarlos a perjudicarnos. Quedaron en que íbamos a tener más reuniones, pero hasta ahora no se han vuelto a hacer. Esta fue en noviembre con el Sonoran Institute y otros organismos y dependencias de gobierno y fue más para informarnos que para preguntarnos”, indica.
La pescadora subraya que no se sienten representados por ningún orden de gobierno; “todo es lo mismo, puras promesas y promesas. Esto no es de ahorita, tiene años y pueden ver los resultados: ninguno”.
El medio ambiente, el otro gran olvidado
Tomás Rivas, del Sonoran Institute, explica que el proyecto de rehabilitación de laguna grande tiene desde el 2007 y participan el Sonoran Institute, Restauremos el Colorado, Pronatura Noroeste, además de algunas organizaciones en Estados Unidos.
Se trata de recuperar la vegetación y el hábitat que tenía originalmente el río; recuperar la vegetación ribereña y el agua abierta para lograr que lleguen cada vez más especies nativas de aves, de mamíferos, de insectos y de toda la fauna original.
“Para la reforestación utilizamos únicamente especies nativas y la especie principal es el mezquite para la zona desértica y para la más cercana al río usamos álamos y sauces, además de algunas especies más pequeñas como arbustos y pastos complemento de esa vegetación. Entre la fauna más relevante tenemos al castor, tenemos varias familias viviendo en los sitios de restauración, hemos registrado gato montés con crías, coyotes, mapaches y algunos más pequeños como musarañas del desierto, juancitos, y aves rapaces como lechuzas y búhos”, remarca.
En las zonas recuperadas viven especies protegidas tanto en México como en Estados Unidos como el mosquero saucero y el cuco pico amarillo, dos especies de aves.
Las actividades de restauración iniciaron con una iniciativa en el año 2000, donde se analizó qué era posible hacer en la parte mexicana, qué se podía restaurar en la zona del Río Hardy, en la del estuario y esa parte del Río Colorado.
En esa reunión se vio que una pequeña cantidad de agua puede ayudar a recuperar el ambiente y para el 2004 se hicieron las primeras visitas al polígono de Laguna Grande, que era entonces un sitio muy diferente.
“Empezamos a replicar lo que vimos aquí en cuanto a especies y la creación de hábitats. A lo largo de los años hemos ido incrementando el área y las especies de árboles. Tenemos 3 polígonos de concesión aquí en Laguna Grande, son más de 520 hectáreas de área concesionada y de ellas hemos restaurado en este polígono donde estamos unas 100 hectáreas y en total tenemos 350 hectáreas restauradas”, explica.
Flora y fauna
Una de las complicaciones de la sequía es que uno piensa en todos los beneficiarios: la industria, la gente, la agricultura, y siempre se ha olvidado el medio ambiente como un usuario más del agua del Río, dice Rivas. Por eso es importante traer agua a estos sitios porque eso implica tener hábitats saludables, más flora y fauna y eso es una zona de protección para especies nativas y de caza.
El principal riesgo es por supuesto perder el agua, pero por ahora la estructura del sistema de riego del Valle de Mexicali permite tener ese recurso en el sitio, indica.
Se envió agua a la zona en 2014 con el flujo pulso, y en 2021 y 2022 con los envíos de agua federal a esta zona. La idea es que las comunidades cercanas de apropien de los sitios restaurados para que sean ellos quienes cuiden y protejan esas zonas y procuren mantener y aumentar los volúmenes de agua que reciben.
“Siempre vamos a tener el peligro de perder el agua, siempre estamos en comunicación con otros organismos de este y el otro lado de la frontera y un cambio muy importante fue el envío de agua para el medio ambiente, que esperamos mantener en el futuro”, confía el experto del Sonoran Institute.
La afectación a las comunidades originarias
La pesca es fundamental para la supervivencia de los Cucapá. Rivas señala que parte del plan es tener un área natural a lo largo del río y que hay un proceso para declarar un área como reserva natural, para lo cual se darán a la tarea de identificar las zonas y de ellas ver cuáles están aptas para destinarse a la protección y cuáles para el aprovechamiento sustentable de la pesca.
“No se va a quitar el uso de los recursos que ya se utilizan, simplemente aprovecharlos de manera sustentable. De hecho, nosotros hemos colaborado con apicultores y ahora tienen algunas cajas dentro del área restaurada y el sitio está protegido por guardaparques. Aquí podrían realizarse actividades de pesca deportiva y más abajo podría haber actividades de pesca de consumo. Mientras no haya sobrepesca puede hacerse uso de los recursos de manera responsable y sustentable, sin afectar a ninguna comunidad. La idea es tener agua del río corriendo y que llegue como antes al Golfo de California”, opina.
Pero ¿a dónde fue el río? Si uno piensa en el río donde es caudaloso se puede imaginar la magnitud de los flujos que venían y llegaban hasta el golfo, relata; hasta parece difícil de imaginar que pasaba por aquí. La responsabilidad por la disminución del flujo es una combinación de factores, y al final la conclusión es que el río no tiene agua para todos los usuarios, y el último en la lista es el medio ambiente, agrega.
“Ahora el río no fluye, pero ves aquí todavía la fuerza del río y lo que es posible hacer aun con esa agua. El río no lo perdimos, aquí está, en espera que le mandemos agua para volver a resurgir y poder fluir hasta el mar. Es como semillita que esperamos ver crecer y ver los efectos que suceden cuando el río tiene agua”, apunta.
Menos agua y de menor calidad
Alfonso Cortés, investigador del Colegio de la Frontera Norte (COLEF), explica que hemos estado recibiendo junto con esta menor cantidad de agua, también menor calidad, por la salinidad del Río Colorado. “Una vez que recibimos el agua en México, va a los diferentes usos: el 70 Por ciento va a la agricultura, el resto va a las ciudades y a la industria. Se utiliza en las ciudades y después hay descargas, a las cuales hemos tenido problemas para darles un tratamiento integral y completo y aprovecharla”, opina.
Esa menor calidad se refleja en el sector agrícola, donde los cultivos se ven afectados por el incremento de la salinidad; la sal hace que los cultivos tengan un rendimiento disminuido, de ese punto de vista los suelos y las plantas se ve afectados, dice. Respecto a las ciudades, subraya que necesitamos mayor infraestructura, mayor inversión para poder limpiar esos mayores volúmenes de agua que están demandando diferentes sectores.
Estamos al final de la cuenca del Río Colorado; de hecho el Valle de Mexicali no es un valle, es geofísicamente hablando, una planicie costera de inundación; una zona deltaica. Está al final del camino del agua que nace en las montañas rocallosas, a más de 2 mil 300 kilómetros, así que naturalmente se va incrementando la salinidad de manera natural, explica.
“Nosotros recibimos la calidad más baja y el problema es histórico. En el valle de Mexicali hay una ruta de la sal, porque ahí se asientan las sales del Río Colorado y tenemos una disminución de la productividad”, comenta.
Para contrarrestar esto, se dispone de una red de drenaje a cielo abierto, donde se descargan las aguas que se utilizan después del riego y esas sirven para eliminar las sales en una medida, y también los volúmenes de que no se ocupan en la agricultura, algo que deberíamos estar aprovechando en estos tiempos, aconseja. A esa agua debería de dársele un retorno para poder enfrentar la escasez de agua limpia.
En el tratado se establece una norma; el acta 242 del CILA establece el nivel de calidad que se debe entregar a México, que por cierto, siempre es de menor calidad a la que se tiene en Estados Unidos: 121 partes por millón.
Esos niveles están establecidos desde que se firmó el acta 242 en 1973. Hasta recientemente se incorporó el tema de la salinidad en las recientes actas; la 319 en 2012 y la 323 que es la que está vigente. Ahí se menciona que se van a mejorar los sistemas de monitoreo. El sistema actual considera promedios pero la sal no se mueve así, entra diariamente y están tratando de implementar un sistema de monitoreo que considere de menor manera las fluctuaciones de la sal.
Para poder cumplir con los estándares de salinidad hay un sistema de monitoreo binacional. Las instancias que tienen que ver con las entregas de volúmenes de agua en términos de cantidad y de calidad, es del lado mexicano el CILA y en el lado americano IBWC (International Boundary and Water Commission).
¿Recibimos la cantidad justa de agua?
Las entregas de agua que hace Estados Unidos a México parten de un tratado binacional de aguas internacionales que incluye 3 grandes corrientes: el Río Colorado con 1,850 millones de metros cúbicos, en el Río Bravo no recibimos, entregamos 2,200 millones de metros cúbicos en un lapso de cinco años, y en el Río Tijuana, entregamos volúmenes que se miden con aguas residuales. Hablar de justicia es entonces muy relativo, expresa el investigador del COLEF.
Recibimos aproximadamente el 9.1 por ciento del flujo promedio del Río Colorado, que es 15 millones de acres pies o 18 mil millones de metros cúbicos al año. Es un volumen que guarda proporcionalidad de población, tamaño de la región y aportación a la cuenca. Cortés apunta que no aportamos nada; somos receptores netos.
Ese volumen de 1,850 millones de metros cúbicos por año no se está entregando porque el acta 323 que se firmó en el 2017 establece ciertos niveles de recorte, y estos niveles de reducción dependen de las condiciones de la presa Hoover, explica.
“En el 2021, 2022 y 2023 hemos tenido recortes consecutivos de diferente orden: en el 21 fue por concepto de ahorro, se supone que después regresará a nosotros, ¿cuándo? Tal vez nunca. Fueron 51 millones de metros cúbicos. En el 2022 fueron dos conceptos: ahorro más reducciones obligatorias y sumaron 99 millones de metros cúbicos. Este año está corriendo un volumen de 128 millones de metros cúbicos, sumando ahorros y reducciones, así que ya no recibimos los 1,850 millones de metros cúbicos”, precisa.
Esa cantidad, 128 millones de metros cúbicos, es 1.3 veces el consumo total de toda el agua de la ciudad de Mexicali. Comparativamente en la actividad agrícola, es el agua que sirve para regar 13 mil hectáreas. Es un volumen importante, que muy probablemente cambie porque las condiciones de la disponibilidad de agua a nivel de cuenca siguen una tendencia negativa. Las condiciones de la demanda del agua siguen al alza. “Yo estimo que si hablamos de justicia, va a ser todavía más injusto muy pronto porque va a a haber recortes adicionales el año que entra y se verán limitadas las diferentes actividades productivas, no solamente la agricultura”, asegura.
Cuando se habla de reducciones y recortes, no se recorta el uso urbano del agua de ninguna ciudad, sino el de la agricultura. Pero si hay excedentes de operación y una vez que hacen todas las actividades de riego y se rescatan ciertos volúmenes, el recurso se va a Tijuana. Al haber una reducción, habrá un impacto directo en la disponibilidad de agua en la zona costa. En papel no, en la práctica sí, vaticina.
Opciones
Hace tres años los agricultores no tenían recortes. Ni ellos ni la zona costa pensaban que se les podía reducir el agua que recibían del Río Colorado. “Eso lo ven como algo injusto para su desarrollo. Yo no lo veo así desde el punto de vista de una relación bilateral porque también del lado americano ha habido recortes importantes; todos están teniendo recortes y éstos seguirán”, indica Cortés.
Cuando hablamos de escasez es muy importante pensar en donde utilizamos el agua y si es pertinente usar esa agua escasa en cultivos altamente consumidores de agua, como los cultivos que sirven para alimentar a la ganadería, ya sea de carne o de leche, relata.
Este año se sembraron cerca de 40 mil hectáreas de alfalfa y ese es un cultivo muy demandante de agua; usan una lámina de agua de cerca de dos metros de profundidad que si lo multiplicas por la superficie nos dan un volumen muy alto. Yo soy ingeniero agrónomo, dice Cortés; “hay cultivos que pueden utilizar mucha menos agua y que sirven para alimentar al ganado, como el trébol alejandrino o el ramio, que pudieran ir sustituyendo paulatinamente a la alfalfa para reducir el consumo de agua a la mitad”.
Si decidimos no cambiar la alfalfa, lo que podemos hacer es cambiar las técnicas para regar, sugiere; hay estudios probados que muestran que podemos reducir el consumo de agua en un 50 por ciento, entre consumo y optimización del recurso. El investigador del COLEF remarca que para cambiar los cultivos se requieren tres tipos de incentivos: de carácter regulatorio, gubernamentales y de mercado.
Hay muchas formas de que se puede tratar de reducir el consumo, pero hay que enfocarse en las que más impacto tienen. El consumo de las ciudades comparado con la agricultura es mínimo, pero aun así tenemos que ahorrar agua en las ciudades.
“El consumo per cápita en las ciudades está por arriba del estándar internacional, por ejemplo, en Mexicali con un 50 por ciento arriba, y en Tijuana también, y todos los días está demandando agua de Mexicali. Si tenemos que hacer acciones para reducir el consumo en las ciudades, pero yo primero pondría en la lista de prioridades tratar de buscar la reducción del consumo donde más se utiliza el agua, que es en la agricultura. Y de ahí, en el cultivo que más consume agua, que es la alfalfa”, opina.
“De ahí me iría a buscar utilizar de mejor manera el agua que se distribuye en el Valle de Mexicali a través de más de 2 mil 500 kilómetros de canales; es la distancia de aquí a la Ciudad de México: ese es el tamaño de la red de distribución del valle. Tenemos muchas oportunidades para optimizar el agua en esos canales y no estoy diciendo que en todos, porque necesitamos dejar que el agua se infiltre para que se recargue el acuífero”, expresa.
Si hacemos eso, asegura, tendríamos rescate de volúmenes importantes del orden de los 70 millones de metros cúbicos una vez que se establezcan los proyectos, y esa cantidad es el doble de lo que Tijuana nos demanda cada año como agua faltante.
En Mexicali habría que limitarnos a 160 litros por habitante por día, que es el estándar, no 240 litros como sucede actualmente. En Tijuana gastan 165 litros por habitante por día, cuando el estándar son 105 litros.
“Es importante priorizar las alternativas y ahí nos estamos equivocando. No me parece que las plantas desalinizadoras sean la alternativa última y única en Baja California. Es una alternativa muy cara, muy costosa ambientalmente porque es muy contaminante y que además no nos ayudaría en el largo plazo a detener esta sequía que viene. Es mejor el agua residual tratada, por ejemplo. Cuatro veces más económica y no la estamos aprovechando”, destaca.
Solo le damos una sola vuelta. La limpiamos y la mandamos al mar, es lo peor que hacemos en México. La limpiamos para mandarla al mar y luego queremos una desalinizadora, es un contrasentido, dice.
El investigador del COLEF declara que esta situación crítica del agua va a continuar, pues los datos indican que hay una tendencia de sequía de largo plazo. Puede haber recuperaciones en algunos años, pero el largo plazo obliga a cambiar prácticamente todo el manejo del agua.
La crisis del Río Colorado empezó hace más de 20 años y es una señal de alerta. Tendríamos que haber empezado a hablar de medidas en ese entonces y no ahora, subraya. Ahora viene la crisis más complicada hay que empezar a trabajar a un ritmo más acelerado con las alternativas que tenemos.
La cuenca del Río Colorado está ubicada en una región ya no de sequía prolongada, sino de mega sequía. Recalca que tenemos sequías más frecuentes, más prolongadas y más intensas. “Esta experiencia deberá servir para que en las otras regiones se lleven a cabo medidas de este tipo. Hay 184 cuencas transfronterizas en donde tenemos que hablar entre países para ponernos de acuerdo; es un laboratorio excelente para aprovechar el conocimiento y las experiencias de corto plazo”.
Agua y comunidades originarias
En toda esta problemática, ¿cómo incorporamos a los grupos originarios y al medio ambiente, que son los usuarios olvidados del Río Colorado?
“Me parece que esta crisis es la oportunidad para incorporar a esos grupos y rescatar todo ese conocimiento y saberes milenarios que tienen para manejar el suelo, las plantas y el agua. Ellos son los verdaderos expertos. Sabían gestionar la abundancia y la escasez porque la vivieron muchas veces y nosotros los de la era moderna, los del “mundo civilizado” no sabemos aprovechar esas experiencias”, externa Cortés.
Es el momento y la oportunidad para incorporarlos como parte de mecanismos de participación ciudadana en donde estén presentes. Aquí en Baja California hay una contraloría ciudadana del agua y ahí participan algunos miembros de la comunidad Cucapá, relata.
Ellos son importantes para mantener el valor cultural de la región, dice. “Para mi ellos son mucho más importantes que el medio ambiente, que apenas se acaba de incorporar en el acta 319, la más reciente de la CILA y ahí se estipula un componente de flujo ambiental, pero hay que hacer mucho más por estos dos usuarios olvidados”.
Estoy de acuerdo que haya flujo ecológico, pero no estoy de acuerdo en la forma como se está haciendo, opina Cortés. “En otros ríos del mundo que están en la zona deltaica se habla de proporciones que se dejan fluir por parte de cada usuario, pero aquí es un mecanismo muy raro; aquí es un mecanismo de compra de derechos de agua para ponerlo de flujo ecológico donde no están las comunidades de pueblos originarios. Están totalmente excluidos, se tienen que incorporar a esos flujos pero también a los otros, a los productivos. Me parece que eso sí es bastante injusto. Lo digo fuerte: es muy injusto lo que le está pasando a estos grupos, excluidos totalmente de su medio ambiente en el que ellos vivían y excluidos de un medio desarrollo económico saludable para sus familias”.
Resistir para existir
Tenemos que resistir para existir, subraya Leticia, la pescadora Cucapá. El río es nuestra madre, dice, como femenino es también el poder de la comunidad, pues los permisos de pesca y las representaciones de los Cucapá recaen en las mujeres. “Esto es un matriarcado y las mujeres lucharemos hasta el final por la supervivencia de los nuestros”, manifiesta.
A mediados de agosto se anunció un recorte de las asignaciones de agua del Río Colorado a los usuarios de Estados Unidos y México; el tercero desde que se firmó el tratado de 1944. Una medida cuyos efectos se calculan y analizan para los usuarios urbanos de Mexicali, la agricultura y la zona costa, pero no para los olvidados del Río Colorado.