Por Rosa Espinoza/Infosavia
Aposentas la mirada sobre la página y tus ojos caminan, como andando por una vereda conocida. Poco a poco se despliegan las palabras para transportarte a un viaje exclusivo, en el que eres el navegante único sobre aguas tranquilas. Aparecen en el trayecto el mejor viaje, un crepúsculo dorado, la tibieza de la tierra, una mirada intensa, transparente, el aleteo de un ave que atraviesa tu visión mientras respiras quedo, la danza de las olas, los pasos delicados de una niña que se aleja, tus pulsos con un ritmo suave, acompasado, el amor, el odio, la pasión y la tragedia. Eres el mejor testigo en el pecho de quien puso esas líneas de texto que ahora te pertenecen, que ahora son tuyas porque te habitarán por siempre y se volverán descanso o tolvanera, pesadumbre o iluminación. Pasadas las páginas, las puntas de tus dedos viran y tu apego se vuelve más intenso. Respiras, no logras entender cómo, a la distancia entre el autor y tus ojos, hay tanta cercanía. No quieres que termine, pero, al mismo tiempo, deseas conocer el desenlace. Leer siempre será la mejor cuna para el sosiego, el mejor lugar para mirar de cerca lo que habita en tu pecho y palpita entre carácter y carácter.