Home » Conserjerías/Nacho Lizárraga (de dónde vengo)

Conserjerías/Nacho Lizárraga (de dónde vengo)

 

Conserjerías/Nacho Lizárraga (de dónde vengo)

Por Antonio Valenzuela/Infosavia

En la primera década del siglo pasado, en la naciente ciudad de Mexicali, existió, de manera efímera, un pequeño asentamiento constituido por jornaleros que ya venían repatriados de los estados unidos, y que éstos habían trabajado en los campos norteamericanos después de haber migrado del sureste mexicano. Fueron, apenas unas cuantas, jóvenes familias, que buscaron de manera inmediata un lugar donde pasar, al menos, una noche de inmenso calor. 

La historia viene contada desde hace tiempo, y por historiadores oficiales, pero, don Guillermo Orduño nos cuenta la historia de Nacho Lizárraga, que, junto con su mujer, se instalaron a la orilla del canal, que en aquellas décadas fluía de manera incesante, y junto a ese maravilloso lugar, en medio del desierto, crecían frondosos un par de pinos salados, donde construyeron con unos trozos de carrizos y ramajes secos, su primer hogar en medio de la nada…

Eran unas lomitas de tierra arcilla, todo alrededor. Caminos con rumbos y huellas hacia varios destinos. Nacho, comenzó a explorar la zona después de haber pasado una noche húmeda y de mucho cansancio, pero de poco dormir. En toda la noche estuvo parpadeando en medio de la oscuridad, cada vez que escuchaba, al menos, un grillo, y unas cuantas chicharras que, trepadas en las horquetas de los árboles, chirriaban con muy buena intensidad, que los ojos de la pareja parpadeaban a cada instante sin conciliar el sueño. 

En su andar por los alrededores, en busca de trabajo para la comida del día, se encontró con un hermoso perro de color blanco que deambulaba por la zona del humedal. Ambos se entendieron mientras caminaban bajo la resolana y el sonido melodioso del río. Caminaron casi medio día hasta llegar a las orillas y limitaciones de ambas naciones. Eran terrenos áridos y terregosos con distancias de sol a sol. No había mucho pa´dónde darle. Al fondo de la polvadera, detrás de unos carrizales, se veían siluetas de hombres trabajando el campo; un campo que se perdía en el horizonte, y aparecía en borrosas apariciones.

Todo alrededor parecía el final de todo y el principio de nada. La mujer esperaba bajo el cobijo del pino tratando de mejorar la instancia por más días. Limpiaba el terreno y lo humedecía con agua del canal que recogía con cachivaches que se encontraba a su paso. Trozó ramas y formó un par de paredes detrás del tronco del pino y se recostó un rato. Al regreso de su hombre, con una sonrisa lo invitó a pasar a lo que sería su nuevo hogar.

-¡Ven, Nachito, recuéstate un rato, te ves muy asoleado, toma un poco de agua y descansa!

-¡Sí, mujer, ai´ta bien, no te preocupes! –así, con palabras resecas le respondió , mientras el perro se echaba a la orilla del canal…

El nombre de la mujer de Nacho lo he olvidado, las historias las escucha, uno, en pasaditas de la vida, y algunos detalles se van, pero la historia fue, y uno está pa´narrarla…

Pasaron días y Nacho, junto con el perro siguieron deambulando, trabajaba en pequeñas jornadas en las inmediaciones del viejo pueblo cargando costales de verduras y frutas que venían del valle. A veces limpiaba las banquetas de los andadores de los primeros comercios de chinos y otros diversos puestos a las afueras de la aduana. Iba y venía a ratitos por toda la orilla del barranco. Los pocos pesos que ganaba los invertía en mercancía china: un poco de comida y ropa para la mujer, que vestían puras trazas desde su llegada…

​Todo acomodaban en aquel rincón, que, para ellos, en aquel entonces, era un buen pedazo de tierra. Un lugar inhóspito, solitario, y lleno de insectos. Pero por el momento era un buen lugar; y así, fueron llegando otras más familias, incluso, algunos con hijos. Se fueron acomodando en pequeños campamentos sobre las lomas de tierra. Formaban diminutivas cercas para delimitar su pedazo donde serían sus hogares. Un lugar que fue creciendo en un corto tiempo, y que luego sería llamado y conocido como los Ángeles, constituyéndose en otra parte del primer plano del poblado. Llamándose así por la razón que la mayoría de estos habitantes venían de aquella ciudad de los estados unidos… 

Una vez que la comarca era reconocida, surgieron otros asentamientos con la misma historia; pero paisanos que venían de otras partes aledañas a la ciudad gringa; como sería el barrio de Bella Vista, Pasadena, y San Isidro. Todos estos lugares fueron surgiendo por la repatriación de ese entonces, como dice mi amá. No se trataba de una invasión, sino que el encuentro nuevo con su nación, que desde hacía, ya, unos años, habían dejado, mas no olvidado. Lamayoría se había trasladado, acá, por los primeros indicios de la revolución. Algunos lo hicieron trepados en los remaches de los furgones del tren militar. Otros de rancho en rancho, por montañas, valles y desiertos…

Pero regresando al terreno vivo de la historia, El joven Lizárraga, entre otros jornaleros, construyeron sus covachas con algunos materiales que provenían de los movimientos que surgían alrededor del estado. Lograron asentar mejor sus propiedades que se habían adjudicado, por derecho propio. Todos a discreta distancia del canal y de la arboleda del barrio. Donde se organizaban comidas comunales, festejos y pachangas en los patios traseros de las covachas. Algunos aposentos tenían frente sus terrenos, pequeños corrales con algunos animales, como, cerdos, conejillos, gallinas, y uno que otro hasta alguna chivita, por ai. 

Las celebraciones de vida de cada uno de ellos, era armoniosa, y trascendental. Nacho, fungió como líder de la comarca, y hacían asambleas para las tomas de decisiones para el bien del barrio. No se admitían algunas otras personas ajenas a la voluntad de ellos. Establecían reglas y clausulas escritas en papeles redoblados que guardaban en pequeños baúles de madera. Cada uno se dedicó a diferentes oficios, para sobrevivir, otros subieron a la montaña a vivir la experiencia del gambusino, allá, en un rincón de la sierra de Juárez, de la baja california, que, de ésta, también hay historia…

Mientras tanto, en otros menesteres de la región, surge como campanazo la industria algodonera, que desde hacía un tiempo el capital había proyectado el estallido de los campos de algodón del valle de Mexicali. Es cuando comienza el plan de reacomodo, de darle un giro de limpia como campaña de rehabilitación al llano en bruto para la instalación de la industria. 

Todo esto a principio de los veinte, cuando los vientos tomaban otra dirección. Estas familias fueron despojadas de su territorio, de su lugar de vida, hacia otro cuadro nuevo de la ciudad, conocido como barrio Pueblo Nuevo.

Donde la mayoría de las familias iniciaron otra etapa nueva; excepto Nacho y su mujer, que se aferraron a ese recoveco en el barranco, donde permanecieron hasta el año del veintidós, cuando frente a sus ojos apareció un enorme artefacto rodante, donde venía el primer embalaje de lo que sería parte de la empresa Jabonera del Pacífico. 

Ruidos estruendosos que provocaban pequeños derrumbes de las lomas de tierra. Gente aledaña sufría de emociones inesperadas por la construcción del gran nuevo universo. 

Algo jamás imaginado por los pobladores marginados. La colocación de vías férreas en el llano y derrumbes de árboles y mezquites, ante la mirada de niños descalzos. Señoras embarazadas y jornaleros apasionados. El auge del oro blanco se asentaba sobre la ciudad perdida. 

Un lugar donde hubo derecho de vida, donde surgieron hogares con nuevos sueños. Pero así era el destino. Los días pasarían y tendrían ante ellos nuevos camaradas. Una nueva migración con pasajes diferentes, pero el mismo destino. Se formaría una nueva comarca, un nuevo barrio de obreros, nuevas historias que contar. Otros caminos que descubrir. Como la historia de Nacho, y su nuevo embalaje de la vida, y no la de un perro, perdido en la historia…

Los comentarios están cerrados.