Mi gata es una chispa, una llama diminuta de calor. Un dardito marmoleado de energía impasible con visajes de noche y sol. Un agasajo de ternura y pertinaz alborozo. Bufón de garras que atrapan su largueza por las cortinas y veloz escurre su largura por las escaleras. Se sube a mi regazo mientras leo. Con frecuencia se duerme, cuando no lo hace me observa. Me mira con la atención dispersa de los gatos, que están en todo y en nada. Si algo consigue atrapar su atención, su mirada de cazadora se aferra. Puedo ver centurias en sus ojos, un pasado de ocelote, una abuela pantera. Hace unos minutos miraba sobre mi cabeza. Sólo hay un muro blanco tras de mí. Seguro son mis fantasmas, se escaparon de la jaula otra vez.