Por Tomás Di Bella*
1
Quien sabe ser pobre, sabe ser todo lo demás, dijo Jules Michelet, en el siglo 18. Lo dijo porque venía de azuzar al poder que se encumbró sin ver la naturaleza libertaria e inesperada de la gente. Dicho ello, la pobreza tiene hambre. En este país de raíz, invisible para el espectáculo de las transacciones monetarias y la indiferencia eclesiástica y judicial –como ha sido desde siglos–, somos hambrientos. Sin embargo, el hambre es invisible. Sólo se siente hambre cuando hay carencia. Una posibilidad entendible, sería siempre la religiosasididad. No me equivoqué de dedo.
2
Hambre se tiene siempre, estar sacio casi nunca. La saciedad de los encumbrados, está sacia. Por ello no ven el hambre, concepto metafísico del pueblo. La saciedad y el hambre.
3
Tener hambre es digno, ya que no eres un encumbrado saciado, tener hambre es cosa del pueblo. Por ello, saciar hambre desde el pueblo, es justicia.
4
Tengo hambre yo. Es entendible la propiedad privada del concepto. Sólo soy yo. Hambre, hambruna, son conceptos ideológicos endilgados desde bancarias empresas. Tener hambre es otra cosa, burdamente sutil, podría no decir nada. Y la nada es invisible. Tenemos hambre.
5
El hambre ajena es multitudinario, el propio es el único que se siente. Las hijas e hijos de los obreros y campesinas siempre han tenido hambre: de educación, de justicia, de salud, de igualdad, de acceso a la vivienda, al agua, al aire limpio, a la no violencia, a los sueños. El hambre individual siempre será fácil de saciar; el de la mayoría sólo entre la mayoría pujante.
6
Si en la mesa no hay comida y sólo tenedores y cuchillos, algo tendrán que cortar. El hambre es la semilla de la movilización social.
7
Larisa Reisner, nacida en Polonia en 1895, anotaba en sus crónicas: “Con el presente desempleo y los niveles actuales de los precios, una familia alemana de clase obrera tiene que agotar hasta el último esfuerzo para luchar por la vida de sus hijos”. Esto lo decía alrededor de 1923. Hoy en nuestro país se dice que el desempleo ha bajado y que los precios no han subido. Afuera, en las calles, y es sólo de caminar y poner atención, se puede observar en cada esquina, en cada semáforo, en cada callejón de cualquier centro, a la gente deambulando y pidiendo monedas o algunas tortillas. Esto no es fatalismo, sólo no hay que cerrar mucho los ojos, no voltear la mirada a otra parte: indígenas del sureste haciendo malabares, vagabundos migrantes con carteles de cartón pidiendo algo, hombres con miradas de desesperación y perdidos en el asfalto, niños limpiando parabrisas, ancianos casi en harapos o dementes semidesnudos y descalzos. El hambre no es visible, pero ahí está y se manifiesta todos los días.
*Poeta, cronista, editor, traductor y carpintero (Ensenada, B.C., 1954). Ha sido columnista y su obra a parece en revistas y antologías nacionales y norteamericanas. Es autor de siete poemarios y tres libro de crónica.