Supongamos que somos alguna región del mundo donde la vida rural vive en armonía, los pobladores tienen sus propios medios de subsistencia y tienen un sistema más o menos democrático de usos y costumbres. Somos independientes y tomamos nuestras propias decisiones, y son acatadas a veces sí y a veces no. Así hemos vivido durante décadas, no faltos de problemas típicos de cualquier comunidad en cualquier parte del mundo, pero con una tierra que ha dado frutos a través de mucho trabajo y esfuerzos y cuya idea de felicidad reside en el reparto y distribución del agua, principal tesoro y principal fuente de vida.
Ahora supongamos que algún consorcio transnacional se fijó en esta parte del mundo –donde amamos y odiamos– y cuyo presidente señaló con el dedo en un mapa a sus demás compinches empresarios que ahí habría que ir a saquear los tesoros escondidos que nosotros no sabemos explotar. Este consorcio se arma de billetes y lanza una avanzada diplomática para hablar con los gobernantes en turno, y les convence de las bondades de la megaempresa retacándoles de dinero sus bolsillos y haciendo que se comprometan a recibirlos con fanfarrias y honores.
Mientras tanto, los que vivimos y trabajamos en la región, ajenos a todo lo anterior, ya que nunca nos enteramos de nada, de pronto, una mañana de verano caluroso, vemos con sorpresa cómo aparecen casi como naves extraterrestres, una serie de tanques gigantescos en las orillas de la región nuestra, que son evidentemente imposible de ocultar, y nos empieza a picar la curiosidad de porqué y cómo y para qué son. Al tiempo descubrimos que esos tanques –como si fuesen panzers de la segunda guerra– si bien no traen cañones ni disparan obuses, harán lo mismo: eliminar la vida de la región, porque estos tanques que llenarán sus panzas con el tesoro de la región, que es el agua de nosotros, chuparán todo, incluyendo la sangre de los que vivimos en sana paz.
Esta es ni más ni menos, nos empezamos luego a dar cuenta ya más encabronados, una invasión a nuestra soberanía, sólo que disfrazada de humanitarismo.
Los que vivimos en ahí ahora nos preguntamos cómo le vamos a hacer para expulsar a estos aliens que no vienen en son de paz.