Árboles

De contundencia invisible y frondas abrazadoras, los árboles son esas almas celestiales que nos habitan. Todos llevamos un árbol dentro. Revisa tu pecho. De todas las especies, edades, orígenes y paisajes, los árboles nos acompañan. Siempre. En nuestra onda crueldad, los desapercibimos, les pasamos de largo y, en nuestra inconmensurable ingratitud, reprochamos sus despojos. Son los mejores hermanos, fraternales compañeros, sostén de columpios, testigo de trepadas fantasiosas, aventuras desde la rampancia, refugio de llantos y temores. Los viejos, lucen exhaustos, en el abandono se vuelven paraderos del vacío, tendederos de basura, refugio de almas cansadas, estorbo. Aun así, en su intento por ser briosos desde sus ramas, saludan acompasados con el viento y, facinerosos, coronan nuestra cabeza con su broza. Esconden un gran secreto en su centro: una raíz despeinada, un rizoma de contundencias que se revela en la espesura de sus extensiones. No esconden, su lección es mostrarse tal cual, revelar su sentido al centro de la tierra para tocar el cielo. Su voz es el canto de las aves, su saliva la humedad tempranera, el brillo de sus hojas, la mirada que parpadea con el viento. Cada que puedas, abraza un árbol, escucharás tu corazón latiendo a ritmo del suyo.