Gabriela Morgado/Infosavia
A todos nos gusta recibir un fajo de billetes que pasa desapercibido para Hacienda. A todos nos encanta encontrar dinero en las bolsas de un saco que utilizamos el invierno pasado y ni idea teníamos que ahí se encontraba. A cualquiera le gusta el “dinero limpio”, aquel que no nos cuesta en términos de impuestos.
Por si alguien no lo sabe, esos “malditos y explotadores” empresarios menores que sostienen gran parte de la economía de nuestro país, emiten facturas por los bienes y servicios que se proporcionan, y al hacerlo reciben su pago en cuentas bancarias supervisadas por la Hacienda Federal, con lo cual no solo deben integrar el IVA que cobran en cada factura, sino también un porcentaje por el ingreso mensual percibido.
Esos medianos y pequeños empresarios requieren el servicio de plomeros, electricistas, albañiles, tablarroqueros, loseteros, fumigadores, reparadores de techo, cerrajeros, herreros y un largo etcétera de oficios varios para dar mantenimiento a sus locales e incluso a sus casas.
Estos muy requeridos servicios de mantenimiento son desarrollados por personas que en su gran mayoría no están dadas de alta en hacienda y por consiguiente no emiten factura, provocando que el solicitando de sus oficios haga maromas para retirar dinero fiscalizado para pagarles sus servicios.
¿Siempre se ha hecho así? Usualmente. ¿Es correcto? Al final es un acuerdo entre particulares y ambos establecen los pormenores del trato, aunque la respuesta a la pregunta es, no, no es correcto. No es correcto porque unos sí pagan impuestos y otros no. El gobierno federal se alimenta de los impuestos para la entrega gratuita de educación, servicios de salud, programas de apoyo económicos, construcción de carreteras, edificios públicos, y una larga infraestructura que nos permite a TODOS trasladarnos, atendernos, educarnos, etc.
Pagar dos o cinco mil pesos por un determinado servicio sin factura de por medio puede, en la mayoría de los casos, ser posible y no muy complicado para ese pequeño empresario; el problema es cuando el servicio se dispara a 10 mil o 15 mil pesos porque se requiere pintar todo el edificio, cambiar el cableado, reparar fugas o remodelar un local con una inversión que en ocasiones se puede ir hasta los 200 mil pesos.
Aquí surgen los problemas: el proveedor del servicio es requerido a entregar una factura para poder el empresario disponer de una cantidad más elevado del negocio para hacer ese pago. El proveedor se enoja y exige su “dinero limpio”.
A él no le gusta trabajar con factura, a él se le paga lo que solicitó y no le importa que otro pague los impuestos que él debería cubrir. A este plomero, carpintero, albañil no le gusta pagar impuestos porque entonces no le rinde su dinero si tiene que andar reportándose a Hacienda. Eso que lo haga el empresario rico.
Lo que a este proveedor sí le gusta es que a su madre de 70 años le llegue dinero del programa del Bienestar; que su hija no pague ni un peso en la preparatoria; ir al Hospital General a que lo atiendan, lo curen, lo diagnostiquen y le entreguen medicamento gratis. Eso si le gusta.
En una sociedad, donde para salir adelante como grupo, es necesario que todas las partes cooperen: unas con dos pesos y otras con 10 centavos -según sus posibilidades- seguir permitiendo que solo unos cuantos aporten y otros se tiren al suelo argumentando solo que “los ricos son unos rateros y deben pagar la vida de todos” se imposibilita el crecimiento económico, social, democrático y educativo.
Una sociedad así no tiene un futuro de igualdad, honestidad, responsabilidad y solidaridad bien intencionada. Los políticos de todos los partidos fomentan la desigualdad y algunos de ellos, como hoy López Obrador, la instigan aún más porque a la discordia y la ignorancia es tierra fértil para los dictadores.