Los ojos de Salma

Hace un par de semanas estuve en San Quintín trabajando un taller de escritura creativa con madres buscadoras.  Debo decir que considero que ha sido uno de los retos más importantes a los que me he enfrentado como tallerista de escritura creativa.  No sólo se trata de gente que ha perdido a sus seres queridos y que lleva su un duelo a puerta cerrada y en la intimidad de su casa, sino que las desapariciones forzadas implican ausencias llenas de incertidumbre, de procesos llenos de dudas, de instituciones que no responden, del juicio de los demás; porque las desapariciones forzadas conllevan el duelo expuesto que se queda congelado y se descongela en momentos, pero no se puede tomar mucho tiempo porque hay que seguir buscando a la persona.

¿Para qué sirve un taller de escritura creativa en este contexto? Desde mi experiencia, puedo decir que sirve para humanizarnos, para que los carteles y anuncios de personas desaparecidas no se vean como estadística más, sino para reconocerles como hombres y mujeres que tuvieron una historia de vida, con sueños, anhelos, familia, recuerdos, alegrías, tristezas…

A Salma la conocí por un texto hermoso que hizo su mamá. Tenía 23 años, le gustaba el café y tenía una mirada tranquila, pensativa e inteligente.  Nunca la vi, pero su mamá escribió sobre la única vez que salieron a tomar café y por eso supe cómo era su mirada. Aunque tomar café era algo que hacían todos los días, una ocasión rompieron la rutina y fueron a una cafetería para disfrutar un momento madre e hija, un momento que no se repetiría.  Con la escritura, la mamá de Salma reinterpretó el recuerdo y lo dejó plasmado en forma de escrito.

Recordar es volver a pasar por el corazón. Y cuando la impotencia, la rabia y el desconsuelo se apropian del dolor, es muy difícil ver las cosas que amábamos de las historias que son las personas ausentes, es una bruma gris que nos nubla las memorias que nos hizo amarles.

Hacer ejercicios de escritura creativa, le dio a la mamá de Salma la oportunidad de encontrar una memoria sutil, capturarla, reinterpretarla y poderle dar otro valor.

Escribir para no olvidar, para honrar a quienes queremos tanto, para documentar que sentimos y poder establecer vínculos que trascienden tiempos y espacios.  Y desde la palabra, expresarnos para no quedar inmunes ante la deshumanización de un fenómeno que nos atraviesa como sociedad, porque una persona desaparecida no es un número o un concepto abstracto: son personas con historias y queridas por alguien más, personas que podríamos ser tú o yo.  Esas ausencias, nos pertenecen a todos.