Cigarros

“Cuando no hay más que decirnos/

Me hago uno con el humo/

Serpenteando la razón” 

Gustavo Cerati

La lumbre se acerca y esa llama se transmuta en un punto luminoso. Sabes de su maledicencia y aún así, aspiras. El humo entra despacio, pasa por tu garganta con ese calor rasposo. En segundos liberas los caireles blanquecinos que flotan frente a tus ojos y se enredan con el aire, arrimándose con timidez a los objetos cercanos. Ese veneno actúa en tu cuerpo como si contuviera un pequeño motor que motiva un ritmo acelerado en tu pulso, en el centro de tu pecho y, tras esos ronroneos, vienen las palabras, los recuerdos que hace mucho no evocabas pero que convocas tras las bocanadas. El tabaco se consume y deja su rastro, ese cuerpo debilitado que se acuesta sobre el cenicero sabiendo de antemano su volátil destino hacia el cesto. Su muerte no ha sido en vano. Minutos más minutos menos, en tu pecho guardas lo que su paso llamó y eres otra, una con el pecho latiendo, su centro puesto en el corazón y el perfume garroso en tus manos.