Baja California y la Doctrina Monroe

Por Iván Martínez Zazueta*

El pasado 2 de diciembre se cumplieron 200 años de que el presidente de Estados Unidos James Monroe enarbolara por primera vez en un discurso ante el Congreso de dicho país las bases de lo que se conocería como la Doctrina Monroe. Esta doctrina, sintetizada en la frase “América para los americanos”, marcó las pautas de la política exterior estadounidense y su dominio imperialista sobre América latina. 

Aunque fue impulsada bajo el pretexto de oponerse al colonialismo europeo en América, su objetivo fue, en realidad, instaurar el dominio de la emergente potencia yanqui sobre lo que sería su patio trasero, desplazando a cualquier otro competidor. Fue una sustitución de la dominación europea por el dominio estadounidense.

A lo largo de dos siglos, la Doctrina Monroe se ha traducido en decenas de invasiones militares, golpes de estado y bloqueos económicos. 

Su origen incluyó el despojo y apoderamiento de territorios con los que fue expandiendo sus fronteras. Primero se despojó a las poblaciones indígenas y después a los territorios hispanoamericanos. 

El despojo más emblemático fue el efectuado a México tras la “independencia” y anexión de Texas en 1845 y la posterior la invasión estadounidense en 1847 -mal llamada Guerra México-Estados Unidos-, que devino en la firma del Tratado Guadalupe-Hidalgo un año después. Con este tratado, México perdió más de la mitad de su territorio y vastas riquezas. 

Después vendrían decenas de invasiones de tropas yanquis en territorio mexicano. En su obra “Las invasiones norteamericanas en México”, Gaston García Cantú documenta una cronología de 285 acciones de agresión de Estados Unidos a México, llevadas a cabo en el periodo de 1799 a 1918, que incluyen planes de ocupación, expediciones armadas con milicias o aventureros, actos de filibusterismo, intervenciones diplomáticas, entre otras. 

Una de las acciones de intervención más emblemáticas fue la expedición punitiva de rangers estadounidenses que buscaban capturar a Pancho Villa, tras la incursión y ataque armado de tropas villistas en Columbus, Texas (hecho que constituye la única invasión de un ejército exranjero en Estados Unidos). 

La codiciada península

Regresando al Tratado Guadalupe-Hidalgo, durante las negociaciones del mismo existieron varias propuestas para que Estados Unidos se apropiara de la península de Baja California, pues su territorio no sólo envolvía importantes recursos, sino que incluía su posición estratégica y la posibilidad de apropiarse del Golfo de California; sin embargo, tras un arduo cabildeo, México logró conservarla, incluyendo la franja terrestre que la une con Sonora. No obstante, los intentos por apropiarse de dicho territorio continuaron. 

Al poco tiempo vinieron los primeros casos de filibusterismo, esto es, intentos por ocupar la Baja California, independizarla al estilo texano y anexarla a Estados Unidos. El más conocido fue la invasión encabezada por William Walker, quien arribó a La Paz en 1853, proclamando la independencia de la “República de Baja California” y estableciendo el código civil de Luisiana, que legalizaba la esclavitud. El objetivo del separatismo de Walker era anexar a Baja California y Sonora a la Unión Americana como un estado esclavista más. 

Dicha incursión fue combatida y derrotada por las tropas del ranchero Antonio María Meléndrez, además de indígenas y pobladores de la región, quienes tenían muy presente la trágica historia de Texas y los intentos anexionistas de la Alta California previos a la guerra de 1847.

Años después, continuaron las invasiones por otras vías. Durante la fiebre del oro, por ejemplo, se establecieron rutas de diligencias para llegar a California desde Arizona, pasando por el norte de Baja California. Estas vías eran operadas por compañías privadas estadounidenses y transportaban carros con mercancías, pasajeros, correo y pertrechos de guerra. 

Los gambusinos estadounidenses también cruzaron la línea divisoria hacia el sur en busca de oro en la Península, teniendo descubrimientos del mineral en pequeña escala comparados con los de la Alta California. Tanto los buscadores de oro en tierras bajacalifornianas, como los que sólo la utilizaban como territorio de paso, eran atacados constantemente por indígenas de la zona y recibían un marcado rechazo por los pobladores mexicanos. Estas rutas dejaron de funcionar tras la construcción del ferrocarril Southern Pacific.

Dicho ferrocarril permitió que la frontera agrícola estadounidense se expandiera hacia el suroeste, traspasando la línea divisoria y estableciendo un nuevo tipo de ocupación en territorio bajacaliforniano: la del latifundio. Éste se materializó con el establecimiento de la Colorado River LandCompany (CRLC) en el Valle de Mexicali y su apropiación de la totalidad de tierras cultivables, bajo auspicio del régimen porfirista.

Asimismo, durante las primeras décadas del siglo XX, la agricultura en el vecino valle Imperial, California dependió de un canal que pasaba por Mexicali: el canal Álamo. Este hecho provocó intentos por correr la línea divisoria hacia el sur para que Estados Unidos se apropiara de la franja por la que pasaba dicho canal.

Afortunadamente esos intentos no prosperaron y eso ocurrió, en parte, porque aunque el norte de Baja California era formalmente mexicano, en los hechos, constituía una colonia de Estados Unidos: los principales negocios, los ferrocarriles, las minas, las tierras y aguas pertenecían a compañías estadounidenses. Incluso las cantinas, centros de apuestas y prostíbulos eran o servían a estadounidenses. Así, no necesitaban anexar la península pues, de facto, les pertenecía.

Durante esos años, el secretario de estado del presidente Woodrow Wilson se pronunció en favor de la ocupación de la Baja California, considerando la captura de la Bahía Magdalena, como compensación por las pérdidas sufridas por inversionistas estadounidenses debido a la Revolución mexicana.

Con la llegada de Lázaro Cárdenas a la presidencia vino un periodo de relativa integración de la Baja California con el resto del territorio nacional, principalmente tras el Asalto a las Tierras y el reparto agrario en el Valle de Mexicali, así como la construcción del ferrocarril con Sonora. Con estos hechos, los intentos estadounidenses por apropiarse de la península se detuvieron. No obstante, sólo sería de manera temporal.

En el libro “The annexation of Mexico”, John Ross escribió que la administración de Ronald Reagan secretamente intentó comprar la Baja California por un monto de 105 mil millones de dólares (mdd). Reagan fue uno de los principales impulsores de la integración social, cultural y económica de ambas Californias. De hecho, ha sido el único presidente estadounidense en funciones en visitar la Baja California. 

También se dice que su sucesor en la presidencia, George Bush, ofreció a Miguel de la Madrid un monto de 200 mil mdd de reducción de la deuda soberana a cambio de la anexión de Baja California a Estados Unidos, aunque es probable que se trate del mismo intento que el anterior.

En los años siguientes, los intentos de apropiación y dominio continuarían por otras vías, al convertir a Baja California, al igual que el resto de la frontera norte mexicana, en el patio trasero industrial de Estados Unidos. A partir de fines de la década de 1960 se impulsaron diversos planes y programas de industrialización fronteriza, que implicaron la instalación de diversas industrias en territorio bajacaliforniano, la mayoría maquiladoras de capital estadounidense. 

Esta dinámica se acrecentó en las décadas de 1970 y 1980 y, sobre todo, tras la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en 1994, hoy reformulado en Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC). Dicha política económica, dependiente de los intereses estadounidenses, es la que continúa hoy en día.

Del América para los americanos al California para los californianos

Paralelamente a estos cambios se han impulsado otra serie de dinámicas con las que inversionistas estadounidenses y grandes firmas de bienes raíces se han ido apropiando gradualmente de costas, playas, valles y sierras a lo largo y ancho de la península.

John Saxe Fernández, en su libro “La compra-venta de México”, cita una publicación de World Business, revista vinculada a los círculos de inversionistas de Wall Street, en la que su autor declara que “el área de México que probablemente los estadounidenses desearán anexarse será Baja California. Se trata de toda la península, desde Tijuana hasta Cabo San Lucas, que tiene el potencial de transformarse para los jubilados y turistas en el equivalente a la Florida, pero en la Costa Occidental, un papel que tendría Baja si alguna vez se hace parte de Estados Unidos.” 

Aunque añade: “México es demasiado orgulloso para dejar que Estados Unidos tome Baja California bajo cualquier arreglo, como por ejemplo, que se le condone gran parte de la deuda. Por esto las relaciones entre las dos naciones pueden dificultarse en el futuro cercano.” Sin embargo, en los hechos, ese plan neomonroista se ha ido concretando y se ha legalizado con el beneplácito de los gobiernos neoliberales y, en especial, con las contra-reformas al Artículo 27 constitucional.

También se han establecido en la Península actividades turísticas exclusivas para la población estadounidense (cruceros, spring breaks etc.) y eventos “deportivos” como la carrera off-road Baja 1000, en la que participan mayoritariamente pilotos norteamericanos, principalmente de California. 

Este evento es emblemático de una dinámica neocolonizadorade corte turístico, pues no sólo se efectúan carreras que son prohibidas en Estados Unidos, sino que en muchas ocasiones se han llevado a cabo si permisos ambientales, violando las leyes ecológicas mexicanas, mientras las autoridades de los tres niveles de gobierno colaboran con su realización.

Asimismo, el dueño de la empresa que organiza la carrera, Roger Norman, es conocido por ser un destacado admirador de Donald Trump. Le apoyó públicamente durante su campaña presidencial y, al igual que otros pilotos de la Baja 1000, celebró su triunfo. El magnate llegó a la presidencia de Estados Unidos con un lema neomonroista, el de Make America great again y con un discurso marcadamente anti-mexicano. Mientras Norman simpatiza con dicho discurso, se enriquece en territorio mexicano, al convertir a Baja California en una enorme pista de carreras.

El nombre de la competición también es emblemático de dicha doctrina pues, aunque la competencia se desarrolla en la Península, su nombre no es “Baja California 1000”, sino simplemente “Baja 1000”, eliminando la palabra “California” del mismo. Ese nombre, “Baja”, es con el que comúnmente se conoce en Estados Unidos a la Península de Baja California y es la forma en que los neo-colonizadores estadounidenses la nombran (y que los gobernantes mexicanos adoptan y promueven). Carlos Lazcano ha denunciado cómo el término “Baja” se ha ido imponiendo culturalmente, desplazando el nombre original de esta tierra que es “California”, pues en el sur de la Península es donde originalmente surgió este nombre.

Así, al apropiarse Estados Unidos de la Alta California también se apropió del nombre, nombrándola simplemente “California”, de la misma manera en que dicho país, bajo el espíritu de la Doctrina Monroe, se hace llamar simplemente “América”. En ese sentido, la paulatina apropiación del territorio bajacaliforniano por estadounidenses, y principalmente por residentes del vecino estado al norte, se inscribe en una especie de Doctrina Monroe regional, en la que se pasa del “América para los americanos” al “California para los californianos”. En la forma de nombrar está implícito el dominio y el despojo.

Finalizó diciendo que la defensa del territorio peninsular y la expulsión de los invasores siempre ha sido obra del pueblo bajacaliforniano. Así, en estos tiempos en que empresas estadounidenses pretenden convertir a Baja California en una plataforma para exportar gas hacia el Pacífico; en los que se intensifican las olas de estadounidenses que llegan a las ciudades al sur de la frontera a rentar o comprar viviendas debido a los altos precios en su país, desplazando a los residentes locales; y en los que se pretende construir un megapuerto en Punta Colonet para aliviar la saturación del puerto de Long Beach y a través de ello y de las nuevas tendencias del nearshoring instalar más industrias que empleen mano de obra barata y puedan contaminar más fácil, toca otra vez al pueblo enfrentar estas nuevas expresiones del monroísmo y defender nuestro territorio y nuestra identidad. Porque no sólo somos más americanos, sino también más californianos.

Mural: América para los Americanos. Obra de Eustolio H. Pardo y alumnos del taller de muralismo fronterizo de La Joyita. Foto: Sandra Martínez Cruz.