Foto: Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, (CIESAS)
Por Carlos Alberto Gutiérrez Aguilar*
Cuando hablamos de promoción lectora casi siempre pensamos en una actividad realizada por adultos. Y en la práctica así ocurre: la mayor parte de quienes se dedican a esta importante labor son personas pertenecientes al ámbito educativo y muchas de ellas ya en pleno disfrute de su jubilación. Con la mejor de las intenciones y, cada vez más, con preparación profesional como mediadores de lectura, buscan que niños, jóvenes y no tan jóvenes se acerquen a los libros por placer o mejoren su comprensión textual.
¿Pero no sería conveniente que a este grupo cada vez más creciente de personas interesadas en contagiar el gusto por leer agregáramos a los menores? ¿O consideramos que ellos no tienen nada que decir respecto de esta actividad deleitosa y, además, elemental para el aprendizaje académico?
En realidad, incorporar a la promoción lectora a estos sectores de la población que aún se encuentran en proceso de madurez no es nuevo. La historia está llena de momentos en que niños y jóvenes leen a sus hermanos, amigos o compañeros, con un propósito educativo o de entretenimiento. (Viene a mi mente la novela Poema pedagógico, donde su autor, el educador soviético Anton Semionovich Makarenko, relata su labor como maestro de menores desfavorecidos en la Colonia Gorki. En un pasaje narra: “Por las noches organizábamos frecuentemente en los dormitorios lecturas en voz alta […] Eran muchos los colonos aficionados a la lectura, pero no todos, ni mucho menos, sabían asimilarla. Por eso instauramos la costumbre de las lecturas en voz alta, en las que participaban habitualmente todos los muchachos. Leía yo o Zadórov [uno de los colonos], que poseía una espléndida dicción” (Makarenko, pp. 92-93).
En 1989, la maestra argentina Bettina Caron realizó un proyecto de formación de promotores de lectura entre alumnos de séptimo grado (nuestro primero de secundaria) de la Escuela del Sol, en la ciudad de Buenos Aires (Caron, 2001), para que –como el Zadórov de la Colonia Gorki– leyeran cuentos a los pequeños del jardín y los grupos iniciales de la primaria de su instituto.
Los aprendices se prepararon durante varias semanas hasta que se presentaron por primera vez ante los niños que les fueron asignados y posteriormente su actuación fue evaluada por las docentes. Desde el principio y en todo momento se tomó en cuenta su parecer, a partir de sus propias experiencias como lectores y, después, como noveles promotores de esta actividad.
Junto a las bibliotecarias con quienes sucesivamente hizo equipo para poner en práctica esta iniciativa, Caron encuadró la actividad en el objetivo general de “no sólo […] facilitar el placer de leer, como recurso personal, sino como la llave que abrirá la puerta hacia la necesidad social impostergable de la lectura. Una necesidad que si no encuentra respuesta amenaza con dejar fuera de la trama social a muchos seres humanos” (Caron, 2001).
Fue tal el éxito de este proyecto en la formación lectora de los estudiantes que llegó a ser replicado en otros colegios argentinos, además de que se incorporaron en la labor de promoción niños de cuarto, quinto y sexto grados de primaria en la escuela de origen, a quienes capacitaron sus compañeros mayores.
Experiencias similares a las vividas por estas docentes y sus alumnos del Cono Sur también se han realizado en México. Por ejemplo, la maestra en Educación Hermenegilda Adauto Gómez motivó a sus alumnos de la Preparatoria Número 2 de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo y crearon juntos círculos de lectura en la biblioteca escolar, donde –entre otras actividades– los bachilleres leían textos para sus compañeros (Adauto, 2014). Y seguramente en otros planteles de todo el país, de los diferentes niveles educativos, podremos encontrar casos semejantes.
En lo personal, durante algunos años realicé los que llamé también “círculos de lectura” con mis estudiantes de los tres grados de secundaria del Instituto Félix de Jesús Rougier, de Mexicali. Les pedía que leyeran cada mes una novela o cuento largo de su elección –visitábamos la biblioteca para conocer las opciones disponibles– y entregaran un resumen por escrito, con su propia opinión respecto del título leído. Posteriormente, en clase (primero en plenarias, pero después en pequeños equipos), platicaban con sus compañeros sobre su lectura y recomendaban –o no– la obra. Y así empezó a incrementarse el interés de mis estudiantes en los cuentos y las novelas que iban de mano en mano por sus aulas.
Aquí cabe preguntarse: ¿por qué es importante que sean los propios menores quienes protagonicen estas acciones? Caron plantea que es más fuerte “el impacto de cualquier tipo de aprendizaje realizado por la interacción entre pares o por imitación de los más pequeños con relación a otros compañeros un poco más grandes” (Caron, 2005, p. 23). Los niños y adolescentes, pues, aceptan con mayor agrado la invitación a leer que les hacen sus iguales, a diferencia de cuando reciben el exhorto de parte de los adultos.
Y aunque la docente argentina tuvo la mira siempre en que las actividades realizadas por sus estudiantes promovieran la lectura por placer, frente a las obligatorias y poco atractivas lecturas escolares (Caron, 2005), las acciones de sus promotores seguramente también propiciaron en sus compañeros el aprendizaje dialógico –es decir, aquel que resulta del diálogo entre personas que están en igualdad de condiciones, por lo que todos pueden expresar sus dudas y opiniones sin ser juzgados de ningún modo–. Al igual que lo comprobaron los colonos de Makarenko, con este aprendizaje se logra una mejor comprensión de lo leído (Valls, Soler y Flecha, 2008).
Pero hay otras formas de llevar a cabo esta tarea de promoción, más allá de leer en voz alta. La recomendación de libros es una de ellas, como lo hacían mis alumnos de secundaria. Y también las obras se pueden recomendar por escrito, por medio de las reseñas literarias, un tipo textual que está presente en los programas de estudio de educación básica.
Adicionalmente, se pueden realizar actividades diversas relacionadas con los libros y su lectura. Nos lo mostró muy bien la profesora Adauto con su labor junto a sus bachilleres: exposiciones de libros, periódicos murales, ciclos de cine, pláticas, premiación de acciones promotoras de lectura… (Adauto, 2014).
Retomo, en este punto, las siguientes palabras del escritor y académico Felipe Garrido: “La lectura auténtica es un hábito placentero, es un juego —nada es más serio que un juego—. Hace falta que alguien nos inicie. Que juegue con nosotros. Que nos contagie su gusto por jugar. Que nos explique las reglas. Es decir, hace falta que alguien lea con nosotros. En voz alta para que aprendamos a dar sentido a nuestra lectura; para que aprendamos a reconocer lo que dicen las palabras. Con gusto, para que nos contagie. La costumbre de leer no se enseña, se contagia. Si queremos formar lectores hace falta que leamos con nuestros niños, con nuestros alumnos, con nuestros hermanos, con nuestros amigos, con la gente que queremos. Se aprende a leer leyendo” (Garrido, 2004, pp. 35-36).
En efecto, es necesario un proceso de contagio para que los otros se dejen atrapar por la lectura. Y este proceso definitivamente puede ser conducido en forma eficaz por los propios menores.
“Lo que comenzó como una experiencia o un programa de lectura –recuerda la profesora bonaerense– se transformó en una verdadera fiesta cuyo único secreto fue delegar en los chicos uno de los tantos saberes de los adultos. A su vez, la identificación de los pequeños, con un modelo lector no adulto les permitió acercarse al deseo de leer desde el lugar del placer y no desde la obligación” (Caron, 2001).
Referencias
Adauto, H. (2014, julio). Círculos de lectura en la biblioteca. Logos, 1(2). https://www.uaeh.edu.mx/scige/boletin/prepa2/n2/r2.html
Caron, B. (2001). Por qué promover la promoción de la lectura. Lectura y Vida, 22(3). http://www.lecturayvida.fahce.unlp.edu.ar/numeros/a22n3/22_03_Caron.pdf
Caron, B. (2005). Niños promotores de lectura. Ediciones Novedades Educativas.
Garrido, F. (2004). El buen lector se hace, no nace. Reflexiones sobre lectura y formación de lectores. Ediciones del Sur.
Makarenko, A. Poema pedagógico. Omegalfa. https://omegalfa.es/downloadfile.php?file=libros/poema-pedagogico.pdf
Valls, R., Soler, M., y Flecha, R. (2008). Lectura dialógica: interacciones que mejoran y aceleran la lectura. Revista Iberoamericana de Educación (71-87), 46.
*Profesor especializado en Literatura y Lingüística por la UABC y divulgador de la historia local. Correo electrónico: gutierrezaguilar.ca@gmail.com. Sitio web: Tallereando.net