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Una zona olvidada del centro histórico.

 

Foto: Tomada redes.

Por Yolanda Sánchez Ogás

De las calles del primer plano de Mexicali, algunas aún conservan su nombre original; Ocampo, Miguel Hidalgo, Lerdo, Juárez, Aldama, Francisco Javier Mina. En la década de los años cuarenta la vida bullía en esa zona: comercios, hoteles, lugares de diversión, viviendas, un hospital ejidal e industrias.

La profesora Esperanza Iñiguez García, quien nació y vivió por la avenida Hidalgo en 1941 y permaneció allí hasta 1970, recuerda que esa zona era un lugar tranquilo para vivir y relata algunos aspectos de esa zona:

“Mis abuelos vivían en el rancho del ejido Jalapa, pero mi abuelo en cuanto tuvo la primera cosecha empezó a buscar casa y compró una en avenida Hidalgo 135, que sólo tenía dos cuartitos de adobe, donde se quedaban los hijos que iban a la escuela. Allí nací yo en el año 1941. Allí vivían mis tías que estudiaban o trabajaban y mi mamá como hija mayor se hacía cargo de todos y mi papá era como hermano mayor, era responsable de los jóvenes que se quedaban a trabajar y estudiar aquí en la ciudad.

Mi papá trabajó unos años en la carnicería Mexicali, era de chinos y estaba por la acera oriental de calle Altamirano, delante de la tienda La Nacional. Después compró un permiso de taxi que le costó 500 pesos. Siempre tenía carros del año, que compraba con el señor Palomera quien tenía su agencia de carros por la Altamirano, enseguida del cine Bujazán, allí estaba la distribuidora del Pacífico.

Enfrente de la distribuidora estaba la Casa del Agricultor, donde se vendían todo para los agricultores. Implementos para los caballos (porque entonces todo se trabajaba con caballos), arados, azadones, cantimploras metálicas forradas de costal para conservar el agua fresca, bolsas de lona que se colgaban en el frente del carro para que se refrescara el agua, sartenes de fierro, planchas de leña, lámparas de petróleo y de gasolina; allí vendían todo lo que se necesitaba en el campo. Tenía un estacionamiento para los camiones que iban a recoger implementos agrícolas y la parte de atrás daba a la estación del ferrocarril que estaba por Altamirano y López Mateos.

Mi casa estaba en calle Hidalgo 135 y en la década de los años cuarenta, caminando hacia el jardín de niños Gabriel Leyva había muchas casitas y enseguida estaba el taller de reparación de automóviles de los Aranda, donde el señor Aranda trabajaba con un overol blanco. Trabajaba el torno, muy limpio porque venía de Estados Unidos. A un lado del taller estaba la casita donde vivía la familia Aranda.

Caminando hacia la Zuazua había un cerco de pura lámina, con una puerta grande, como de cochera, que nunca se abría, después tenía un cerco de lámina y otra parte de madera como de un metro de alto; era propiedad de los Lam. En la esquina de Zuazua y Morelos estaba la casa de la familia Lam hecha de madera al estilo de Caléxico. Allí vivían los muchachos y muchachas Lam. Eran muy amigas de nosotros porque las muchachas Lam iban con mis tías más chicas a la Old Lady de Caléxico a estudiar inglés. La casa estaba en la esquina y el resto del terreno estaba cercado con láminas altas porque allí vivían los chinos que llegaban indocumentados.

Yo entraba a esa casa por la puerta principal o por otra puertita que tenían a un lado, donde miraban por una rendija para ver si te dejaban entrar. Entrábamos a una colonia de chinos, donde chinos y chinas andaban con pantalón corto, su ropa original y los hombres chinos usaban trenza larga. Atrás del terreno tenían como un tejabán grande y al fondo unas habitaciones. Allí vivían mientras lograban colocarlos en los trabajos. Eran muchos chinos y como yo era chica me acariciaban y me cargaban, pero no me gustaba su olor, quizá por la comida distinta. No sé por cuanto tiempo los tenían allí. Era en Zuazua y Morelos, donde ahora está el hotel San Carlos, que hicieron los Lam.

La casa tenía un subterráneo a donde me daba miedo entrar, pero los más grandes entraban seguido. Allí tenían muebles y comida. Era el tiempo de la Segunda Guerra Mundial y la gente almacenaba comida. Nosotros también almacenábamos, mi abuelo era muy precavido y siempre había en la casa aquellos botes de lámina verde, llenos de arroz, frijol, azúcar, todo estaba en latas e igual se tenía en el rancho. Se almacenaba porque en ocasiones no había la comida necesaria en el mercado.

Mis tíos eran muy formales para trabajar, uno de ellos, Jesús García Yánez, muy chico trabajaba para Rodolfo Cabañas en su maderería “Cabañas”, que estaba enseguida del cine Bujazán. Mi tío era muy formal, tanto que, en 1945, el señor Cabañas empezó a hacer casas, como ahora se hacen las de interés social. Construyó varias por avenida Reforma; todas iguales, como se construían durante la Segunda Guerra Mundial, de estuco, con teja en los frentes, porches estilo norteamericano. Le dijo al niño, -dígale a su papá que ahora que ya tiene su parcela y puede levantar una cosecha, como usted es un trabajador muy formal, que venga, le voy a dar crédito para construirles una casa-.

Por medio de ese joven de 12 o 13 años Cabañas le construyó a crédito una casa estilo norteamericano, de tres recámaras, pasillo, agua corriente, sala, comedor, cocina, en un lote grande de unos 25 metros de fondo por cincuenta de ancho. En 1946 mis padres construyeron una casa muy parecida a la de mis abuelos, porque la hizo también el señor Cabañas. Las hacía a crédito, se daba un enganche y se pagaban cada mes. El señor Cabañas era el constructor y hacía muy buenas casas, muy cómodas, estilo California. En 1946 estrenamos esa casa

Allí vivimos muchos años. Cuando el mercado Braulio Maldonado invadió esa zona, ya no fue un buen lugar para vivir, en 1970 se vendió la propiedad, pero las casas siguieron allí hasta hace pocos años. Cuando hubo una lluvia muy fuerte y se inundó el Braulio Maldonado, unos comerciantes compraron esos terrenos.

En la actualidad, allí trabajan los comerciantes del mercado de abastos Braulio Maldonado, sus calles tienen tales hoyos, que los comerciantes las rellenan con pedazos de ladrillo para poder transitar. Los transformadores del centro histórico las tienen en total abandono y nada hacen por mejorar esa zona que también forma parte del centro.

*Es profesora normalista e investigadora de la historia bajacaliforniana. Autora del varios libros de texto: historia regional (1988), Bajo el sol de Mexicali, El movimiento agrario del valle de Mexicali (1987), De tierras muy lejanas (1988, en coatoría con Gabriel Trujillo Muñoz). Designada cronista de Valle de Mexicali y entre sus últimos libros esta “Historia de los chinos en el Valle y ciudad de Mexicali”.