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Una morra que narra/Una impostora con habitacón propia

 

Una morra que narra/Una impostora con habitacón propia

Por Malibé Rosas/Infosavia

Una de las cosas que he aprendido los últimos años es a fortalecer mis redes de apoyo.  Desde lo personal hasta lo profesional, he tratado de crear redes para transitar momentos escabrosos y celebrar los triunfos y alegrías de la vida.  Dentro de esas redes, tengo un grupo de amigas cercanas (aunque una de ellas viva en Barcelona), donde compartimos entre otras cosas, nuestro amor por la literatura.  Entre los comentarios recurrentes, nos asalta el famoso síndrome de la impostora ¿por qué como mujeres se nos hace tan difícil asumir que somos escritoras? No si somos buenas o malas, si no que se nos dificulta decir que escribimos, en comparación a lo que vemos con amigos varones que escriben y se asumen sin problema como escritores, aunque tengan poco material publicado.

Históricamente las mujeres hemos tenido pocos espacios para escribir, para publicar y ser reconocidas por eso.  Cuando pensamos en mujeres escritoras ¿a cuántas podemos nombrar? A diferencia de autores varones cuyos nombres pululan en la historia de la literatura. La diferencia es para pensarse, porque no es cuestión de talento, es cuestión de espacios.  Obviamente no es privativo de la literatura si no del arte y de casi todos los campos del conocimiento.  De un tiempo para acá, mujeres investigando sobre mujeres, nos han mostrado que hay grandes mujeres a las que apenas se les está dando el lugar histórico que merecen.  

Ya decía Virginia Wolf en el ensayo Una habitación propia que las mujeres necesitamos independencia personal y económica para poder crear. Ese texto de 1929 habla de un contexto histórico donde la mayoría de las mujeres dependían de los padres o los maridos, y me hace pensar en mis amigas que escriben, que se abren espacio en su día a día para poder escribir sin dejar de lado sus trabajos, su familia y las labores de cuidado que tenemos impuestas.

Cada que en el grupo de WhatsApp que compartimos y nos asalta la duda de si nos debemos autonombrar escritoras, pienso en todas las mujeres que nos precedieron, que han escrito y no se han sentido escritoras porque su voz no fue validada; también pienso en todas las contemporáneas que escriben y en sus luchas personales día a día para poder generar una habitación propia.   Hemos llegamos a la conclusión de que hay que decirnos escritoras, que hay que asumirnos como tales, para reclamar espacios, para honrar nuestra voz y las de todas las que nos precedieron.