Foto: Rosa Espinoza
Por Malibé Rosas
Cuando empecé a dedicarme a la gestión cultural, ingenuamente creí que el éxito de las actividades que se realizaban dependían de los recursos económicos y materiales. Al decidir profesionalizarme y entrar a una maestría sobre desarrollo cultural, mi foco de atención se fue a la planeación detallada ya que, a mi entender, seguir los protocolos de a-b-c garantizaba el éxito de las actividades.
Con mi incipiente formación académica, pensé que la metodología de librito era lo más importante. Trece años después la experiencia fuera y dentro de la institución, así como una pandemia de por medio, cambiaron la percepción de éxito que tengo sobre un proyecto cultural.
Mi metodología de manual se transformó. Ahora lo primero que hago es pensar en preguntas que apelan más bien a lo filosófico como, ¿qué quiero lograr? ¿para qué va a servir? ¿es necesario? ¿qué voy a aportar? ¿para quién será? ¿qué movilizará? Y una de las más importantes ¿qué me mueve? ¿qué me motiva a mí a hacerlo?
Lo que me funciona es que la idea primaria de un proyecto parta desde el corazón. Si mi proyecto cultural carece de esa chispa que me genere la posibilidad de producir mundos y futuros posibles, ese proyecto no me sería sostenible para gestionar recursos humanos, económicos, materiales ni simbólicos. El corazón es el motor para echar a andar la maquinaria de la imaginería. Teniendo eso claro, ahora sí, puedo empezar a desarrollar el protocolo del proyecto: dónde, cuándo, con qué, qué tengo, qué me falta. Entonces es ahí donde entra la planeación del manual y la operatividad del mismo, sin perder nunca de vista qué es lo que me mueve.
Ahora me reformulo la pregunta ¿qué considero que es el éxito en una actividad cultural? Y lo primero que pienso es en el poder transformador de una actividad cultural. No como la varita mágica que cambiará a la sociedad y arreglará todos sus problemas, sino como ese toque sutil que produce, como dice la Mtra. Liliana López Borbón, tiempos y espacios públicos para estar juntas, juntos y juntes, para aproximarnos a las memorias, la imaginación y la creatividad de los otros. Ver la chispa del asombro y la maravilla que produce descubrir a la otredad a partir de un espacio de encuentro, de conectar, de sentirnos seguros, acompañados, alegres y en comunión, acompañándonos. Dotar de sentido a la vida, aunque sea por un momento, es para mí, la razón de dedicarme a la gestión cultural.
*Malibé Rosas Robles. Ciudad de México, 1980. Cachanilla por adopción desde 1983. Se autonombra gestora de espacios para la alegría. Se dedica a hacer gestión cultural y es amante de las historias, por eso cuenta cuentos con la palabra y el cuerpo. Comparte su casita hobbit con cuatro gatos.