Foto de Ganta Srinivas, Pexels
Por Lidia Suárez*
La mezcla entre industria, valle agrícola, producción ganadera, estrés hídrico y zona desértica, convierten a Mexicali en una de las ciudades más tóxicas del planeta, la más contaminada de México y Norte América, según algunos estudios (Martínez, 2019, El Economista); al grado que parecen mínimos los esfuerzos e iniciativas que surgen desde las políticas públicas o la sociedad civil para evitar el deterioro ambiental local.
La crisis ambiental que se acelera en cada fase de avance del desarrollo industrial y postindustrial de este siglo XXI, contrasta con los efectos de la diversidad de discursos y narrativas ambientales que conmemoran o cuestionan el 5 de junio, como el día Mundial del Medio Ambiente.
Por otra parte, entre los Objetivos del Milenio de organismos como la Organización Mundial del Comercio (OMC) y la Organización de las Naciones Unidas (ONU), o las iniciativas que promueven espacios altermundistas como Foro Social Mundial que surgió en el 2000 en Porto Alegre, una discusión que se queda al margen es la relación entre género y medio ambiente.
Mientras que muchas de las propuestas para contrarrestar la crisis ambiental surgen de acciones realizadas por mujeres. No desde la posición esencialista que nos responsabiliza de los “cuidados”, porque así lo determina la “naturaleza femenina”, sino a partir del desarrollo de una conciencia crítica que conduce a las mujeres a involucrarse con diversas luchas ambientales en el mundo.
Vandana Shiva cuenta el caso las mujeres adavasi o “tribus de la India”, y como consiguen cercar a la empresa Coca-Cola tras haber degradado y desertizado una zona rica en agua; o Jules Falquet, en su texto Pax-Neoliberalia (2017), acerca de la violencia brutal que viven las mujeres en países de Latinoamérica como El Salvador, Guatemala, México, encuentra que la configuración de feminismos comunitarios en defensa de la naturaleza y la cultura de los pueblos, son una forma de respuesta.
Se puede afirmar que muchas de las diversas opresiones que genera la falta de derechos fundamentales como educación, salud o la vivienda, son semejantes a las que se reproducen a causa del acceso desigual de las mujeres a recursos naturales como el agua, la adecuada calidad del aire, la propiedad de la tierra, la producción-consumo de alimentos no transgénicos, o las consecuencias no deseables del cambio climático.
Es decir, que sin políticas públicas con enfoque de género, no puede existir una justicia socioambiental, ni el acceso equitativo de las mujeres a los recursos naturales o a una vida libre de violencias.
En este sentido, el grupo Feminismos del Foro Social Mundial 2022 en México, propuso entre resolutivos del evento, ideas como la siguiente:
“Destacar el potencial de una agenda de transformaciones que hemos contribuido a construir y que es inaplazable: economía feminista, justicia socioambiental, nueva arquitectura financiera, justicia fiscal, comercio justo, monedas alternativas, economía social y solidaria, agroecología, soberanía alimentaria, soberanía energética, relaciones armónicas con la Madre Tierra”.
Puede parecer utópico, pero es urgente un giro que incorpore políticas socioambientales con perspectiva de género, de otra manera, la “revolución verde” que logre erradicar la falta de sustentabilidad que afecta de manera particular a las mujeres, seguirá inconclusa.
*Autora del libro Sentirse hombre el norte. Narrativas de masculinidad entre la posmodernidad y el muro, (2019) y un capítulo del libro, Vivir la Frontera, del ISS- UABC, titulado Extranjeros, prófugos o migrantes. Narrativas de salud, migración y violencia en la frontera noroeste de México (2015), además de otros artículos y materiales de divulgación como el video Mitologías de la frontera, sobre historias de mujeres nativas de Baja California con apoyo de FOECA (2000).