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Ornitorrincos/El otro Federico Campbell

 

Ornitorrincos/El otro Federico Campbell

Por Iliana Hernández/Infosavia

 

Y se oía, infundiendo espanto,

como resuello de la fiera que era el mundo, 

el fragor del mar, que venía a morir a sus pies.

Leonardo Sciascia. El mar color de vino

 

10 años de su rastro en la sombra. Federico escapa de la enfermedad, se refugia en una cueva de San Francisco, toca con vehemencia las texturas burdas de la piedra, hay ballenas congeladas en un nadar hacia el techo rocoso de ninguna parte. Afuera las nubes son tan blancas, el paisaje es dominado porpalmeras de dátil.

Fernando Jordán se interna en el desierto en su jeep. El desierto se abre con todas sus posibilidades de muerte. Decide caminar en círculos, explora sus pensamientos; en algún rincón de la raíz del torote se encuentra alguna respuesta válida para existir.

Hace 23 años trabajé para AeroCalifornia, pasaba horas a solas en una pequeña oficina, llenaba mi escritorio de libros y así se atolondraban las horas, nadie entraba por días, el calor era sofocante y a mediodía el mundo sureño se detenía en una infinita siesta. Ni perros hambrientos ni aves perdidas cruzaban la calle Juárez, era un Loreto de siete mil habitantes. Mi primer encuentro con el desierto sudcaliforniano fue desafortunado, todo me parecía triste y desolado, bolas de espinas rodantes arrullaban mi tedio, extrañaba los bares y el tráfico de Tijuana, las luces nocturnas de la avenida Revolución.

Federico Campbell viajó a Baja California Sur hipnotizado por la figura de Jordán, en la novela Transpeninsular (o autobiografía en la que Campbell se mimetiza con la mirada del antropólogo viajero, se hacen las mismas preguntas sobre la inmensidad y su destino último). Federico trató de andar los pasos físicos y cognitivos de un periodista hecho para la búsqueda de sí mismo, en la algarabía de la aventura y en la tristeza que viene con las verdades que azotan en la madrugada. Federico pudo hacer un viaje en el tiempo y acompañar a Fernando en sus últimas horas. Nadie, nadie muere a solas, aún cuando la muerte haya ocurrido en diferentes épocas, siempre hay alguien al lado de uno. Yo acudo de cuando en cuando a Tijuana y acompaño a mi padre en sus últimos minutos, le digo que siempre lo sostendré y que puede partir en paz.

Anota Fernando: “Por las calles todo es silencio. No sopla el menor hálito de viento y de las piedras se desprende un vaho que a la distancia distorsiona las rectas y hace aparecer árboles y casas como visiones reflejadas en espejos cóncavo-convexos. Entre mar y tierra, el silencio se pasea a pasos lentos, ahogando los murmullos, callando las palabras viscosas, poniendo arena en todos los párpados de las ventanas abiertas.”

En ese preguntar, en esos deme razón de fulano, se me fueron varios años anotando las historias de vida de muchos loretanos, de varios centenarios que envejecieron con la mirada puesta en el Mar de Cortez. Desarrollé la debilidad de Jordán por el silencio y negación del paisaje prometido, fui confrontada como Campbell por mis propios pecados, negligencias y obsesiones en ese páramo que nada devuelve en la canícula.

A Campbell le seducen Italia y Baja California, conversa constantemente con Sciascia en cafés de ambas ciudades, “la historia de un primer amor, (…) la de un recorrido solitario después de la juventud, la necesidad del retiro y el silencio: un clásico regreso a casa o una trayectoria de emigrante, como la de Rocco y sus hermanos que abandonaron su Lucania meridional para sobrevivir en Milán.”

Dos miradas fascinadas por el desierto, Campbell descubre: “A veces me bastaba con una imagen: las brechas pedregosas y las cañadas que anteceden al descubrimiento alucinante de Comondú, los ranchos fantasmales que se le aparecen a uno a la vuelta de un recodo, la extraña arquitectura industrial de Santa Rosalía, las islas que van montándose majestuosas frente a Puerto escondido y Loreto y que uno no sabe si vienen del Mediterráneo o si se trasladaron hasta allí flotando desde el archipiélago de Nueva Guinea.”

En Transpeninsular se traza el Camino Real para reconocer a un Jordán que finalmente le revela a Campbell los secretos de los chamizos, los cirios, las ballenas grises, las choyas y las cuevas pintadas.Esto sé: de allá, del desierto no se regresa. 

En Santa Rosalía vi, por el lado del Boleo, a Federico y a Fernando tomándose un café negro a las dos de la tarde, una mujer muy vieja les arrimó a la mesa unas galletas marineras, la verdad es que no conversaban, contemplaban en silencio la línea accidentada de esa playa ennegrecida, quizá el calor les había apagado toda intención de plática, a lo mejor ya todo había sido dicho. No lo sé, habría que preguntarle al desierto, él, sí que todo lo sabe.

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