Foto Elle Hughes, Pexels.
Por Iliana Hernández Partida
At the entrance, my bare feet on the dirt floor,
Here, gusts of heat; at my back, white clouds.
I stare and stare. It seems I was called for this:
To glorify things just because they are.
Czeslaw Milosz
La ciencia del calor en Loreto. Salgo a mediodía y las mejillas arden, la luz del sol enfrenta mi cerebro y es una lanza dolorosa. No importa, es el calor extremo y recorro las calles con un haz de agua que corre por mi columna. Nunca la vida me abofetea tan exquisita que en esta tierra de mangos y palmares. Sudo y reconecto con mis lágrimas, nadie en la calle salvo algún perro enfermo, desorientado como yo, busca de extinguirse bajo el sol. Camino de día o de noche. Nadie me reconoce, qué bueno. En realidad, no me gusta hablar, me escondo en otra que se aparece diciendo cosas que no son.
Soy del calor como del frío, ya he esperado tanto por días y citas, me he quedado despierta por amores que no llegaron y a quienes he deseado la muerte en terribles accidentes. Sudo en una cama demasiado caliente, dormito en medias pesadillas, oro a Dios en padresnuestros desgajados, miro la montaña en el blanco de mi habitación. Oro porque mis hijas encuentren cómo vivir sin culpa en esta poca vida.
Anoche pensaba en mi muerte y me dije: “Está bien, que venga”. Pensé en que no estaré sola en ese otro estar que es inimaginable. Tendré tiempo de platicar muchas horas -infinitas- con mi padre: me contará su infancia llena de trabajo y vagancia, yo le contaré la mía porque de eso nada supo en vida. Le contaré cuánto lo extrañé aun estando a mi lado.
Yo, como se habrá visto (leído) no voy a la cama a dormir, voy a internarme en mundos en los que se me revelan verdades fragmentadas; apenas estoy a punto de encontrar respuestas y la madrugada borra lo aprendido en ese relajamiento y sueños lúcidos.
Enciendo mi entendimiento con pocas imágenes del sueño. Trato de hacerme pequeña en la rutina, reclamo algunos momentos para leer, reírme y caminar sin que me noten.
Apuesto por la ciencia de aguantar el sopor del día con café ardiente en mano. Extrañamiento. A los loretanos ya no los hacen como antes (en años idos eran inmunes al calor). Yo me trepo al pickup, salgo a mediodía a comprar mandado, el aire acondicionado no sirve, sudo. Levanto mi taza de café brindando por los muertos que reposan en el cementerio municipal. Inevitablemente tomo la avenida del malecón y me detengo a ver algunas olas raquíticas dando un poco movilidad a ese espejo que hierve como caldo azul.
Me hice al calor. Soy del calor y esta tierra (pero soy de otras también). Amo ver a la gente en las poltronas agitando sus trapos para atraer un poco de frescura a sus cuellos. Inútil. Uno se deshace en una alberca de jugos que igual le brotan a la piel o a los ojos. Se puede llorar a gusto mientras enfrentas el solazo o te sientas bajo una plumeria o chamizo. A nadie le interesa lo que te surja de los poros, cada uno deja huella húmeda en estos caminos que siempre van a dar al mar, y en este morir a diario, eso es lo que importa.
*Iliana Hernández (Tepic, Nay., 1972) es traductora, docente y escritora. Reflexiona constantemente sobre sus hijas, aprende. Ama los textiles mexicanos y los pueblos. Camina para pensar y escribir en el aire. Respira.