Hoy recuerdo mariposas
Que ayer solo fueron humo
Mariposas, mariposas
Que emergieron de lo oscuro
Bailarinas, silenciosas
Silvio Rodríquez
La tarde se agota, el sol se recuesta en la distancia y aposenta su luz en los cerros lejanos. Los rayos, aún tibios, se recuestan sobre el césped y como lanzas incandescentes, atraviesan las ramas de las jacarandas. En mi ruta diaria atravieso andadores y kioscos en busca de un lugar para reposar la vista. Todo es rutina, las hojas cayendo, las ramas recostadas entre sí, la gente con balones, los triciclos, las risas. A la altura de mis ojos presencio un vuelo torpe y desparpajado: una mariposa amarilla. Me acompaña por unos segundos y prosigue su trayecto con sus alas tambaleantes. En otro ángulo, miro las aves agrupadas en su vuelo surcando el aire, parecen tener horarios, puntos de partida, su coreografía es un ensueño bajo el cielo arrebolado. Me siento a observarlas y algo me dice que tienen un destino definido y cercano. Me distrae la mirada otra mariposa, ahora naranja con filos oscuros, se acomoda en la hierba, se mira frágil y sus antenas son un par de delicados pistilos que anuncian su derrotero. La experiencia se repite con delicadas alas de muchos colores, en revoloteos titubeantes, inseguros, mudos, sin aspavientos, como hadas silenciosas que pasan sin mirarte pero dejan tu corazón alborotado. Mi alma prefiere la acrobacia libérrima del itinerario improbable de la mariposa común. Pensar en eso me apacigua. Las mariposas me son en esa danza trémula donde proyecto mi centro.