Madres y arte contemporáneo

El psiquiatra y psicoanalista Wilhelm Reich desafió a su mentor Sigmund Freud en lo fundamental del psicoanálisis, a la afirmación de Freud de que “en el fondo los seres humanos seguían dirigidos por instintos animales y primitivos, el trabajo de la sociedad era el de reprimir y controlar estas fuerzas peligrosas”, Reich contestó “las fuerzas inconscientes en el interior de la mente humana son buenas, es la represión de la sociedad la que las distorsiona y vuelve peligrosas a la gente.”

La descontextualización

Por ejemplo, “Gift” (1921) de Man Ray, me lleva a recordar mi niñez, 10 de mayo y los consabidos regalos a la madre, por conducto de mi papá, un sartén, una licuadora, una aspiradora, un tostador o plancha. Era de lo más normalizado porque lo mismo sucedía en las casas de los vecinos y en todo el país. La madre quedaba sepultada en el ámbito doméstico y sus penurias, con Freud acudíamos a ese inconsciente donde ella estaba circunscrita a nuestro servicio y era una extensión de la casa y nuestro cuerpo, su ser se debía a devolvernos calma y sanación. Eso fue, ahora la madre, con dolor, se despega de nuestro cuerpo y vive su propio tiempo.

En la mencionada obra de Ray, se toma la plancha para convertirla en un objeto amenazador. Presentada de cara al espectador ya no es la herramienta que alisa arrugas, puede ser un arma o un utensilio doméstico negándose a trabajar porque la dentadura de clavos se lo impide.

Es una contestación a las ataduras de lo cotidiano. Sin una plancha saldremos con la ropa arrugada atrayendo las miradas, una parte de la rutina doméstica se ha roto, ¿qué sigue? ¿Un refrigerador como clóset? ¿Una cajonera con plantas?

Gift” pone en escena la imposibilidad de seguir con los rituales autómatas si se quiere ser parte del presente, actuar en él y darle significado al contexto habitual.

Madres de sí mismas

Hace unas noches me puse a ver Madres paralelas (2021) de Pedro Almodóvar, una representación de las madres del presente, no menos atormentadas que las del pasado, pero cuestionando su realización. Madres pendientes de sí y su sexualidad, todo lo preguntan, hasta su apego a los hijos y la supuesta entrega que la sociedad da por sentada.

Las madres de Almodóvar son irreverentes, nerviosas, llenas de culpa, pero han decidido eso a tener que remontarse a esquemas antiguos del casamiento “feliz”, a la casita en el campo y la pretensión de una estabilidad que no le ha hecho bien a nadie.

La comercialización del arte o cómo se aprovechan los deseos

La mercadotecnia estadounidense de los años cincuenta supo bien aprovechar y distorsionar a su favor la necesidad de “descarga emocional” de los consumidores, de alguna manera fueron más convenientes también para las generaciones de los años sesenta, la autoexploración a través de drogas y liberación sexual en un ejercicio de autoconocimiento.

Los postulados de Wilhelm Reich fueron base para desatar a los individuos de cargas emocionales, en este sentido, el arte fue un catalizador y receptor de experiencias desde lo personal-visceral hasta lo social.

La década de los sesenta fue testigo de manifestaciones contra la guerra de Vietnam, consumismo y atolondramiento generalizado. Al ser reprimidos con fuerza bruta, los jóvenes iniciaron un movimiento que pretendía hacer cambios sociales a partir del cambio interno, pero el ensimismamiento degeneró en una búsqueda en la que se seguía necesitando del objeto, representaciones materiales de un nuevo entrar en la vida, por ejemplo, esos pulidos discursos sobre tipos de alimentación, música y moda (persistentes en la actualidad). Una juventud volcada al producto personalizado, dejando de lado el cambio para converger nuevamente en el consumismo que criticaron.

Muchos artistas de los sesenta incluyeron a la sociedad en su proceso creativo, tanto en la reflexión y co-creación de la obra, porque ya la permanencia no importaba tanto, ni la figura del genio solitario sino un arte que había llegado para desafiar las construcciones que uniformaban a la sociedad.

Dice Nina Felshin (2001) que “el arte activista es, en primer lugar, procesual tanto en sus formas como en sus métodos, en el sentido de que, en lugar de estar orientado hacia el objeto o el producto, cobra significado a través de su proceso de realización y recepción.”

El texto de Nina converge en el poder que tienen los medios de comunicación para potenciar el arte, para bien y para mal: al hacer del conocimiento de masas sobre una propuesta artística como para poner el arte contemporáneo al servicio de intereses calculados, emanados de la más banal mercadotecnia creadora de individuos ansiosos de manifestarse, de personalizar un producto que los represente como únicos y especiales ante los demás.

La pregunta que me queda es: ¿Los artistas contemporáneos crean sumergidos en la manipulación de un sistema o han generado, muchos de ellos, su propia y singular concepción del mundo?