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Bicicleteando. Fin de semana en la costa quemada de Baja California

 

Por Tomás Di Bella*

1.

El día de muertos estuvimos en la inauguración del Corredor Cultural de San Antonio de las Minas, inaugurado en homenaje a un niño que falleció el año pasado. Nos presentamos en la tarde leyendo poemas y cuentos sobre la muerte, esa que está todos los días acompañando a la vida. Dos mujeres, una niña y un viejito dramatizamos un cuento de Onelio Jorge Cardoso, cubano célebre, sobre la derrota de la muerte en la fantasía del trabajo por hacer. Hubo canciones populares y elotes derritiéndose con amor y mantequilla. Las risas de las calacas pintadas y las de las calacas reales se mezclaron en algo que podríamos llamar la fusión de la vida y la muerte.

2.

El domingo 3 visitamos de tarde noche, pardeando el horizonte y ardiendo la aurora en el mar, a la colonia Ejido Morelos, Rosarito, BaC (before any Christ), esa colonia que sufrió quemaduras de grado máximo en una veintena de casas y que quedaron en cenizas. Llegamos junto con el camioncito de Amigos de la Biblioteca, y sobre las calles de tierra y negrura, frente al abandono gubernamental, la indiferencia de los nuevos gobernantes risueños y ávidos de poder, a la esperanza de los reconstructores de sus propias vidas. Y mientras las mujeres leían cuentos a las niñas y niños, a las jovencitas tímidas y a dos que tres perros juguetones, los vecinos no dejaban de aserrar madera de segunda, soldar fierros de solidaridad, montar clavijas de heroísmo. Todo sin la ayuda ni la supervisión de nadie. Una lectura que párrafo a párrafo pone techo, otra vez, a la verdadera vida: la vida de la comunidad independiente.

3.

El día 4 arribamos a la colonia Villas de Siboney, Rosarito, un caserío a un lado del basural municipal. Más o menos como a las 4 de la tarde llegamos a la caseta de policía abandonada por la municipalidad y los policías y tomada por dos mujeres valientes -Lety y Bety- ´para convertirla en centro de lectura. Las niñas descalzas de zapatos pero con risas de lujo, los niños con balones rotos pero con pies de futbolistas aguerridos, se amontonaron dentro de la caseta para leer cuentos de dragones que no tiran fuego, no queman casas, no asustan, sólo son amigos de quien los quiera alimentar.

Algunos políticos, que nunca caminarán por estas callecitas que se sostienen dignas a pesar de la carencia, deberían de venir a pedir perdón de rodillas y suplicar una sonrisa de alguna de estas niñas. Frente a la caseta, mientras se leía, se escuchaba el relincho, el balido, el canto y el ladrido de los animales que sí saben con quién viven, que sí saben con quién sufren.

*Poeta, cronista, editor, traductor y carpintero (Ensenada, B.C., 1954). Ha sido columnista y su obra a parece en revistas y antologías nacionales y norteamericanas. Es autor de siete poemarios y tres libro de crónica.

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