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De en seres. Viento

 

Foto: Foto de Oleksandr Canary Islands, Pexels.

Por Rosa Espinoza

Llega sin avisar. Sólo las aves saben de su arribo, sus alas presienten la ráfaga y remontan camino hacia el refugio o inicio de su travesía. El viento se cuela entre las copas de los árboles, soba la tersura de las superficies, arrastra las semillas que verán otros horizontes y, como el amor, arrebata, doblega y troza cuando su impulso es rotundo. Suele virar la rosa de los vientos y emitir sonidos. El viento no canta, pero sabe de música, es el diapasón de los objetos que afina la tonada que vestirá una tarde y hará juego con el viaje del vapor que precipita la templanza de los días. Es el héroe del molino, el mensajero de la ventura, un vigía para el buen momento. Su furia arrasa, pero su tersura acaricia con ternura las bugambilias en la avenida. Es terror o buena ventura. En el desierto el viento viste la calle de arena, de silicio que destella sobre la ciudad que se resigna al impulso de la ventolera que revira nuestra alma y nos recuerda el polvo que seremos.