Por Rosa Espinoza/Infosavia
“Los árboles se alejan del bosque para morir a solas”.
…
“Un árbol viaja por medio de sus pájaros
y también viaja adentro
por medio de sus raíces”.
Hoy miré un árbol muerto.
¿O era un relámpago,
un resplandor de acacia,
una estría suspendida?
Estaba solo
aún en pie con su piel al descubierto
sin perder el equilibrio
sin caer.
No lloraba, como los sauces,
tampoco se lamentaba ante la inminencia
de su fin sobre la avenida.
Con ese espectro en el baldío
vinieron a mi mente
finitudes cercanas. Pensé:
“los árboles no mueren”
fueron sombra,
casa para el ave,
música de hojas, ramal de frutos,
escalada, columpio,
y un muro contra el viento.
Los árboles no mueren.
Sus brazos soban la corriente
que se vuelve tolvanera,
atrapan las palabras que fueron eco,
el polvo necio del desierto.
Los árboles no mueren.
Somos nosotros
los que perdemos la ruta,
el camino de raíces invertidas
que la tierra desveló.
Una puede ser un árbol
y no morir en silencio,
secar los huesos al sol
estacionarse,
y decir a gritos: fui follaje
danza de ramas, corteza
de un paisaje triste.