Por Rosa Espinoza/Infosavia
Bajo las sábanas, con la cabeza sobre la almohada, cierras los ojos. Algunas veces te inspiras, esperas lo mejor, otras el cuerpo se vuelca sobre sí mismo sin esperanzas. Siempre aguardas, con el cuerpo distendido esperas la llegada, el aviso del letargo que te sacará de la vigilia por unas horas. La mente empieza a vagar hasta cruzar el onírico umbral de la noche. He soñado que vuelo, que se derrumba mi casa, que miro a mis padres, que atravieso el desierto. Hay un deseo denso en el contenido de ese breve guion noctámbulo. Esa rayita que cruza un día hacia otro. Ese puente hacia lo profundo o lo llano.
Algunos sugieren que hay que anotar lo que transcurre en la mente, aunque se trate de lo acontecido en el día, los retazos de tu mundo, las hilachas de la ilusión que se vuelven tejido coherente para la interpretación. Pamplinas para unos, revelaciones para otros. Somos lo que somos en los sueños y fuera de ellos. Estamos hechos de esos dos linderos mientras intentamos entendernos.