Por Rosa Espinoza/Infosavia
“La próxima vez en la próxima vez. Ahora es ahora”
Perfect days/Win Wenders
Todas y todos tenemos una rutina. Un ciclo interminable de momentos que parecieran insignificantes, pero que son parte de la belleza imperceptible del mundo acelerado en el que vivimos a diario. Caótica u ordenada iniciamos esa rutina al abrir los ojos, reparar que el cielo clarea y deberá comenzar nuestro día. Hay un ruido inicial: el viento suave que peina las ramas del árbol, elmotor que se enciende a lo lejos, el vaivén del vecino y su escoba. El cuerpo se dispone a la verticalidad y los pasos resuenan sobre el piso. Una rutina de aseo. Un café. Hay que incorporarse para el hacer, buscar desenvolverse para el transcurrir de los minutos que dan paso a la acción o la inacción. Porque hasta la quietud es un gesto que resuena en el rito. Toda actividad conlleva un intervalo y en este se abre una página en blanco que recibe la transcripción de nuestras emociones, de nuestra forma de mirar y, por ende, de nuestra forma de sentir. Ser rutinario no es ser aburrido o tedioso, la rutina regala la belleza de la interrupción. Entre lavarse los dientes y beber café está la rama que se abandona para dar pie al brote, la hoja que se deja arrastrar por la escoba, la pequeña hormiga que cumple su misión en su hormiguero, la gota incipiente que se escurre entre los muros, el gato que atraviesa la avenida. En el orden de lo no planeado también estamos, ¿quién no piensa en el devenir frente al espejo? ¿En la célula muerta que sacudimos con nuestra sonrisa? Somos un cúmulo de actos repetidos, de rituales que nos dan certezas, de liturgias de la vida diaria que nos completan. No hay nada más que hacer salvo mirar el intersticio entre cerrar la puerta y abrir los ojos a lo que nos rodea para mirarnos por dentro a través de nuestros sueños.
