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De en seres/Pan de dulce

 

De en seres/Pan de dulce

Por Rosa Espinoza/Infosavia

Salimos al pan cuando la tarde arañaba el cielo con su luz naranja de otoño. Sigo tus pasos, Chayito, repasamos, como tantas veces, las banquetas carcomidas, las mismas que atoraban las llantas de mis patines y por las que muchas veces tropecé dejando heridas mis rodillas y por las mejillas luminosas corrían unas gotas gruesas desde mis lagrimales. Esta vez la ruta es hasta el pan de dulce. Ocasión festiva que mis papilas celebran con intensa alegría. Rodeamos con pisadas lentas y ansiosas las glorietas que nos aguardan con sus palmeras hasta llegar a La Espiga. Cruzamos la puerta desde donde el aroma a trigo tostado y mantequilla viste las charolas pletóricas de conchas, cocodrilos, cochitos, orejas, ojos de buey y empanadas que descansan a la espera ser deglutidas (la vida de estas piezas tibias es corta pero digna). Salimos de ese recinto festivo con una gran bolsa, un galón de leche y dos pastillas de chocolate que salpicarán la cazuela con su espuma y sus vapores con toques de canela. En el centro de la cocina, las delicias paníferas se aposentan en el gran platón, las tazas humean y escaldan de dulce la lengua. Sonrisas que despiden el sol para dar paso al jardín oscuro que descansará de nuestros gritos tras la puerta. El gozo está completo, la panza llena y las almas se apaciguarán en la ternura del encierro y la noche. Mañana será otro día, uno más para la siguiente barra de hojaldre. Mi corazón agradece esa fiesta cotidiana de azúcar que habita mi memoria.

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