Por Rosa Espinoza/Infosavia
Sin escatimar el tiempo, nuestros labios se atemperan. En esa voluntad construyen frontispicios de oquedad, transforman la baba en apostilla muda. Unidos por la boca somos un talud, vuelo infinito. Una caída violenta a los despeñaderos del cuerpo. Nuestra saliva coteja inventarios que no buscamos terminar, sólo llevar la cuenta detallista de los pulsos. Toda la belleza del mundo está en el beso. Esculpimos la vida en el cultivo sustancioso del abrazo, en el impulso irrevocable de dos bocas que indagarán su tersura para distanciar el rastro de la muerte (tomado de Cuadernos de la dispersión, Premio Estatal de Literatura 2018)