Por Rosa Espinoza/Infosavia
Respirar. Sentarse frente a la libreta o el monitor. Mirar ese abismo de la página en blanco y flotar, nadar en la maraña que la cabeza dibuja y trazar la ruta que tomará el escrito. Incorporarse. Rascarse la cabeza. Mirar el celular. Ir por un té o un vaso de agua. Sobar el lomo de la gata que le persigue.Retomar el hilo de ideas que atrajo el trayecto a la cocina. Las letras empiezan a fluir primero en la mente, después se vuelcan en el teclado, dejando el rastro en caracteres que caminan un trayecto de ida y regreso cuando la torpeza de la mano no atina. El cursor es una línea que pulsa, marca un ritmo, se apresura y se detiene en un sincopado que dicta la mente. La mano se detiene, los ojos repasan lo trazado. A través de la tecla se borra, se agrega, se precisa, se dicta lo que este esbozo de ideas se convertirá en el divertimento que semana a semana fluye desde el corazón, con aspiración de tinta,busca para arrimarse con la entraña a un posible lector. Quien esto escribe suspira y desea en su centro esbozar un arqueado de cejas o un gesto sutil en las comisuras. Con los dedos aun en el teclado,espera con timidez y hasta un poco de fastidio el mínimo lugar que ocupará el punto final.
