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De en seres/Escoba

 

De en seres/Escoba

Por Rosa Espinoza

 

Un ejército de atadas fibras –naturales o sintéticas– se unen para empujar, arrastrar, mover, sacar, eliminar y desechar polvo, hojarasca, morusas, fragmentos de comida, basura o uno que otro espíritu maligno que intenta agitar el alma y hacer temblar el corazón. Nuestras manos abrazan su “asta”; en la escalada de las extremidades, la de arriba suele ser la derecha, la de abajo, la izquierda; mientras los brazos, en un juego premeditado, se dejan llevar por una danza sin propósito festivo, pero con el ánimo de largar, expulsar, cambiar de lugar o desaparecer de la vista los desechos que nuestra vida, muchas veces sin conciencia, acumula en rincones, bajo la mesa, entre las patas de las sillas, tras del respaldo de la cama. Pero las volutas traicionan y se esconden de nuevo sobre otros sitios, siguen una ruta sin mapa, sin destino fijo, como avecillas tremebundas que conspiran contra nuestro deseo de limpieza y orden. No hay fantasma que se escape a ese arrullo, a ese ir y venir de las cerdas, que no se acomode entre los hilos despeinados de la escoba. Barrer es sin duda una necedad indispensable para descansar del peso de los días, para tomarse una vacación de la pelusa y la piel muerta, que regresará con la misma necedad con la que insistimos al sostener ese artilugio que arrolla nuestros despojos y alimenta la inocua fantasía de la pucritud.

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