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Cortinas de baño

 

Foto: Lisa Fotios

Por Rosa Espinoza*

Cuelgan como falda maltrecha. Se dejan abrazar por un juego de aros pendulantes que evocan garigoles o aretes toscos de damiselas groseramente vestidas. Al correrse, tras del baño, cantan. Una deliciosa tonada de frescura, olor a jabón y augurio optimista se escucha al abrirse el telón al final de cada función. Teatro minimalista que anticipa la pulcritud de muchos despertares. Se visten de flores, motivos navales, grecas intrincadas o simplemente son lisas, en su mayoría de tonos suaves, hacen un llamado a lo limpio y la serenidad. Viven con salpicaduras de agua seca, algunas lágrimas, pompas de jabón avejentadas, sarro inamovible, algo de miasma o la prole de un liliputiense reino fungi. Pueden ser el preludio de aventuras o el sepulcro del cansancio. Entre ellas y la pared se guardan secretos inconfesables, llantos sofocados por los vapores y los cantos aspiracionales, dolores de espalda y harta espuma. Sin duda, las cortinas de baño son la mejor guarida de las fantasías o las tragedias. En las escondidillas, solía refugiarme tras ellas. Sin duda, el mejor lugar para pasar desapercibida y ganar el juego.  Una, dos, tres por mí y por todos mis compañeros. 

*Rosa Espinoza (Mexicali, B.C., 1968) es poeta, narradora y editora. Es propietaria del sello editorial Pinos Alados. Tiene dos hijos y tres gatos. Actualmente vive en Querétaro.