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Conserjerías/La muerte del Tío Poli (primera parte)

 

Conserjerías/La muerte del Tío Poli (primera parte)

Por Antonio Valenzuela/Infosavia

Sentado en el sillón viejo de su cuarto se quedó dormido para nunca despertar. Así lo dijo la Manola, su sobrina, que siempre lo cuidó y lo vio como un padre…

La mañana era bastante húmeda. El almuerzo estaba sobre la mesa. La Manola le había preparado unos huevos rancheros. El tío leía el periódico cuando se negó a almorzar. Encendió la tele y se sentó en el lugar de siempre, mientras su sobrina, en la cocina, lavaba trastes. La Manola, que en realidad su nombre era Maritza, pero de carrilla así le decíamos: Manola o Española, porque cuando le entraba duro a eso de la pisteada; se ponía como el Manolo, un viejo familiar que vivía allá con los gringos en Los Ángeles, pero esta es otra historia…

El sudor escurría por la frente del tío. La Manola, preocupada, lo interrogó. Luego se quedó dormido. Su cuerpo temblaba y la gota se deslizaba por su tosco y grasoso rostro. Chelo Vejar, su vecina, barría la calle, como de costumbre. Los perros de Cirila,otra vecina, ladraban como aullidos al aire. Los gatos, arriba en el tejaban, estaban al asecho. Cirila, como buena vecina, les daba de comer. Tenían hambre, pero eso no importaba, ella tenía que curarse la resaca. El Chilo, su amante, ya le llevaba una caguama y un clamato. Ella sentía morirse, pero el tío Poli agonizaba. Ya eran varios días que ni olía la cerveza –dijo la Manola.

Los envases de cerveza estaban en un rincón llenos de polvo. Esa era una mala señal, dijo la Paty, otra sobrina. Y tenía días sin ir a la llantera del Brujas, que se encontraba justo a la entrada del barrio, donde solía convivir con la raza mientras escuchaban rolitas de la keyempi, como todos le decían a aquella estación de radio muy afamada en los sesenta y setenta. 

Francisco, el sapito Villarreal, obrero fiel del Brujas, fue en busca de información sobre la ausencia del tío. Ya era fin de semana y este no aparecía. La Manola le dijo que se sentía mal y no quería, ni podía salir. Que no estuviera chingando y que lo dejara en paz, ya que este se encontraba tranquilamente dormido.

Esas fueron las palabras de la Manoleta, antes de gritar y salir corriendo en busca de ayuda, porque el tío ya no respiraba. Salió hacia al patio con lágrimas escurriendo sobre su rostro. Sus manos, llenas de jabón y grasa, las llevaba repetidamente a la cabeza. Algunos vecinos salieron de sus aposentos al escuchar los gritos de la prima…

El corazón del tío había dejado de bombear la sangre espesa y alcoholizada del tío. Los ojos aún seguían fijos en la pantalla del televisor. Cirila había tomado una caguama, y su mal estar se desvanecía. De nuevo surgió la embriaguez y comenzó a echar relajo. Gritos y mentadas de madre se escuchaban desde el interior de su covacha. 

Sí, aquella mañana como cualquier otra, el tío Poli había muerto. Él dejó esta vida así de simple, como la huida de los gatos, como el cese de los ladridos. Como una cruda desaparece al curarse con una cerveza. Como barrer la calle que volverá a ensuciarse. Así el destino se llevó al tío, al tan querido tío Poli. Cervecero caguamero desde siempre. Acople de guitarra del Pato Ceja. Lector, y fanático de documentales policíacos. Jamás se olvidará al tío Poli, porque jamás dejaré de pistear y de oír rolitas oldis, así de simple…