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Bicitecleando/Tragicomedia mexicana III

 

Bicitecleando/Tragicomedia mexicana III

(En homenaje a José Agustín, en su convalecencia)

Por Tomás Di Bella

El ser mexicano, este ente conformado por orígenes míticos e indígenas, influenciado, asistido, afluido y obligado a la vez por visiones cosmogónicas de trascendencia ante la muerte y la vida, vilipendiado, insuflado y sacudido por conquistas violentas que nada tienen de celebratorias, torneado por rebeliones independentistas, sacudido por revoluciones dizque inconclusas, ilusionado ingenuamente por cornucopias de la abundancia o auges expropiatorios y autodesarrollistas, engañado por la nueva aurora de la posmodernidad neoliberal, y de vuelta, una vez más al sacudimiento y cimbra del espíritu por el desengaño de la jodidez y alumbramiento de la nueva rebelión, y otra vez el resquebrajamiento estridente del ilusionismo primermundista. 

Este ser, digo, tú y ella, ustedes y ellos, ella y yo, todos y cada uno de nosotros somos protagonistas y culpables de nuestra historia. Claro, algunos más culpables que otros, pero todos aportando nuestra chispa a la patente de esta tragicómica patria que, más que un país parecería a veces una broma pesada.

Lo anterior es sólo una reflexión que me queda después de la lectura de los tres tomos de Tragicomedia mexicana de José Agustín. Son, podríamos decir, las consecuencias de quien se atascó con un agasajo de datos, curiosidades, anécdotas, cifras, frases, momentos históricos, personajes y otros etcéteras, y cuyo resultado es, al mismo tiempo, un profundo encabronamiento rodeado de unas risotadas tintanescas.

Pero esto no es casual ni gratuito. José Agustín sabe muy bien la condición explosiva y social del chiste en medio del velorio de cualquier vecino. 

La fanfarronada importamadrista que corona la quiebra económica. El bailongo hasta la madrugada sin saber cómo o quién pagará la música bailada. La trilogía de este recuento histórico de José Agustín no es tan simplista como mi apresurada percepción, pero sí contiene esa atmósfera a lo largo del recuento. 

Pero no sólo eso: este monumental trabajo es la mención desgarradora de los males de siempre, la queja retumbante de la miseria humana, la brevedad, dolores y fatigas de la existencia, la arrogancia brutal de los militares, la codiciosa astucia y cinismo de los mercaderes y políticos que en este país se dan en una sola monstruosidad, la prevaricación de los jueces, la impunidad homicida de los gobernantes.Más aún, lo mismo que nos sucede como individuos nos sucede como país. 

Me sorprendió sobremanera –por ejemplo-, que en el relato al final de cada sexenio, esa manera de saquear a contratiempo, venga una especie de recuento histórico de los logros y aciertos de la administración en turno, y resultan increíbles las similitudes del lenguaje con que se narra, ya que quien sale es lo mismo de quien entra: “se logró tanto en el abatimiento del desempleo; subió el rubro del producto interno bruto; pudimos bajar los índices de la deuda externa; en materia de seguridad pudimos abatir el x% del crimen organizado” Y luego, cuando inicia la nueva administración: “lucharemos por construir más empleos; subiremos el producto interno bruto que está tan abajo; y tendremos que pedir miles de millones al FMI para lograrlo”, etcétera. 

Lo anterior mueve a un encabronamiento que da risa o a una hilaridad que encabrona. Por eso digo que José Agustín nos trae una nueva manera de recontar la historia, esa que se oculta tras las banderas del cambio. 

Esa historia inmediata que entre más reciente más se nos olvida. Tragicomedia mexicana es una valiosa aportación a un ya basta en este país. De perdida a un ya basta a tragarse las mentiras gubernamentales de jauja en estadísticas, como solíamos tragárnoslas cuando jóvenes.

Es un serio intento por hacer un recuento de lo que significa este país y de lo que significa ser mexicano. 

Creo que el día que sepamos quiénes somos –ya hay atisbos de ello hoy-, ese día podrán cambiar las cosas que de plano no nos gustan porque son injustas. 

José Agustín me provoca una complicidad sin solicitármela, sin hacerme proselitismo, y sin proponerme soluciones falsas. Sencillamente me mostró un retrato móvil de la historia del poder de los últimos años y eso me hizo reflexionar, y eso, a mi edad, ya es mucho. Creo que la mejor aportación que puede hacer un mexicano a otro es la invitación y provocación a pensar estos asuntos.

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