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Bicitecleando. De la vejez

 

Foto: Harshi Ratería, Pexels

Por Tomás Di Bella*

Abortar la vejez

1

Al final de la novela de Ray Bradbury, Fahrenheit 451, y después de toda la trama de quema de libros, el protagonista, se enfila hacia una lejana comarca, donde ancianos en una fogata, se cuentan cuentos. Sólo existían en la memoria, según la novela de ficción-ciencia. De manera que el libro ya no existiría más, sólo en la mente. Los ancianos tenían memoria, a veces distorsionada pero armónica. Esto estaba en contra de la linealidad progresista unilateral. Los ancianos sólo distraen -dicen los pro-futuro-, y distraer equivale a múltiples opciones. Es una distracción volver la mirada hacia la lentitud de los que no se apuran. En ello se puede caer de unas escaleras que se barrieron de arriba hacia abajo, y el vejestorio quizás ya no pueda levantarse. Solitario, ahí tirado, pero viendo limpios los escalones. Pasará a la historia, ni duda cavé, feliz. Y varias ancianas, llenando bolsas del mandado ajeno, sonriendo aún ante la propina, ofrecen flores al caudillo inesperado. Somos todos vejez, aun de jóvenes, andando el mismo tiempo, y la chinga de hacer lo que haya. La vejez es súbita, y luego el viejo ni cuenta se da. Todos los demás alrededor, alrededor, alrededor, se cree, que simulan que no. Pero aún hay que hacer fila.

2

Me dilaté, decía mi abuela, cuando se refería a tardarse en llegar a la casa donde la esperábamos con ansia. Ansia, que hoy se recrudece en términos ansiolíticos y que se llama ansiedad, asegún, esa dilatación, que tiene que ver con el corazón, a veces duerme tranquilo, pero luego se apresura a querer llegar. De manera que la expresión de mi abuela Josefina, me dilaté, era y es porque su corazón quería llegar desde ya, a con nosotros sus nietas, pero las circunstancias la dejaron preocupada, en el pasado; viejita que era, fumó cigarro, humeo el ambiente, ya llegaría en el cansancio del último beso antes de la noche. Siendo mujer revolucionaria y soldadera, es siempre fuego en el alma.

3

En el mercado de grandes oportunidades y los precios al doble de tres, hago fila en parsimonia. No tengo prisa, sólo que no soy lento. Ando a visajes, doy pasos por intersticios, y recorro con la vista todo el andamiaje estructural del gran capital. Sé, que la lechuga es fresca, vaya usted a saber si llegó de Palo Verde o de otras regiones. Me apoyo en el carruaje de la modernidad, ya sin caballos de fuerza, pero como silla de ruedas. Hecho dicho limón con plátano, papaya de fresa y ciertos ajos secos, tomates y risas de tablajeros, muy allá, un tahonero, siempre sonriente y musculoso, haciendo el pan reposado. Son pulcras las pasillas y los hongos morenos.

4

Un carromato de bichicome, llantas gachas de hule ido. Arrastra poco de lo mucho tirado en el tiradero. Anda nomás, y no es cierto, anda con rumbo. Recoge el pasado, y como talismán trae en su escondite de villano, un cofre: es su corazón. Luego se cai en la pradera. Eso quisiesen, los enclaustrados, los vasallos de la reina.

5

Te barro si te chingas barriendo conmigo. Dijo una viejita, y me dio miedo. La señora, dama, excelsa y voluntariosa, barrió. Todas las páginas de los libros iban volando hacia su escoba, que fue la barrida de la lectura que polvo tiene. ¡Ande, ya váyase a leer! Era una viejita, igualita, igual que yo.

6

Ya no sé si estoy enfermo o soy uno. Uno, con paso lento, ve pasar la velocidad. Esas cosas edulcoradas del poder que están al alcance de cualquiera queriendo convencer. Me tiembla la mano, ya ven que soy sumisión, su misión, pero acá estoy, haciendo fila, filo de no hacienda, esperando, rápido, y más o menos lento, ser. Luego me dormí. Ya estaba viejo el jodido.

7

Dormir no es un asunto tan fácil (hay gentes que no) Requiere casi réquiem, je. Y bueno, no has fallecido, las patas te tiemblan, andas cucho del baño a la cama, caminas como si fueses a la montaña a mear, y te caes a veces de regreso a la cama, como si vieses una película, újule. Luego ya te pones tu cuilta, y te cobijas, porque te lo mereces, trabajaste mil años, y cierras los ojos… Sueños del pasado, andares del día.

8

Jugo de naranja porque sé que tengo, aunque me tarde, ir a construir, es así mi lentitud, la mente rápida, el cuerpo bien lento. Así este país de viejos vejestorios que vetustos reciben una credencial para opinar lo que siempre dendenantes habían decidido.

9

Una vez leí a Simone, me cautivó un pasaje, deja usteda, sobre la vejez, y dijo, en pocas palabras, que los esquimales, las esquimalas, llevaban a la orilla del último asunto a que se fueran y muriesen solos y solas las ancianas y ancianos. Ya nada tenían que hacer para la comunidad. Cosa voluntaria.

10

Cada vez somos más viejos, dijo la montaña con su grupo de música, los montecitos, mientras las piedras, que tenían siglos esperando oír viento con rama, casi se salen de su confort.

*Poeta, cronista, editor, traductor y carpintero (Ensenada, B.C., 1954). Ha sido columnista y su obra a parece en revistas y antologías nacionales y norteamericanas. Es autor de siete poemarios y tres libro de crónica.