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Bicitecleando. En la fila de la pensión para el bienestar (Mexicalor, 2023)

 

Foto de Rahul Pandit

Por Tomás Di Bella*

Salí temprano de la colonia para evitar el tráfico del tránsito escolar y obreril, y para llegar a hacer fila sin tanta gente –según yo–, a uno de los dos lugares en toda la ciudad para que los adultoas mayores puedan ostentar su tarjeta y cobrar. Uno de ellos es en el cuartel militar, en Pueblo Nuevo, y el otro es en el centro cívico, donde están el Palacio Municipal (¿o se llama ahora Casa del Pueblo?), y es adónde me dirijo. Estaciono donde puedo el picap, carrerío alrededor. Voy caminando hacia el centro de gobierno, y a lo lejos veo ya la fila inmensa. Ya lo suponía. Habría como unas doscientas personas. Camino del edificio municipal y me formo. Algarabía y pláticas cerradas. Estamos en los pasillos de concreto en donde antes estaba el edificio de correos. En los años ochenta, mi hermano, José Manuel y yo fuimos conserjes de estos lugares, barríamos el patio y luego a la hora del lonche, nos íbamos bajo la sombra de un mezquite a leer algún libro y discutirlo. Literatura surrealista y política de guerrilla, qué otra cosa se puede leer en los sótanos del poder. Hoy veo los pasillos igualitos, el concreto de los cimientos del gobierno no ha cambiado nada, excepto quizás, las oficinas de ductilidad gubernamental. Más, no concedo. Una mujer como de 70 años, yo tengo 69, me mira al colocarme detrás de ella y me dice “Uta, de aquí a que lleguemos”. Yo le digo que los últimos serán los primeros, y los penúltimos, ¿serán los segundos? Se ríe y voltea otra vez a ver la fila larga como serpiente sin alas. Hay que entender que, el monto de la pensión de 4 900 pesos, se “dispersa” cada dos meses. De manera que haciendo cuentas del debe y haber, equivale a 81 pesos diarios. Eso cuesta una cajetilla de cigarros, pero también puedes comprar tres kilos de tortillas. La gente adulta es variada. Se hacen corrillos de pláticas intrascendentes, que la chamaca se fue con el sinvergüenza, que mijo lo metieron al bote, que estoy en litigio porque invadí un predio hace 25 años, que estoy cucho y sólo puedo empaquetar bolsas en el mercado, que la ciática es recurrente, aquí, mira, ni puedo correr ya. Un individuo bien vestido, alto, con zapatos boleados, de pantalón de tiendas finas, hace fila, pero está a disgusto. No habla con nadie, se acomoda su sombrero estilo panamá, y su nariz expresa una inconformidad estornudante. Detrás de mí llega un anciano con tenis sin cintas, trae una gorra arrugada, flaco como la calaca, y me pregunta algo que no entiendo, riéndose. Le digo que falta poco, a su pregunta que no entendí. Se ríe, solaz y solo. De pronto sale un funcionario con camisa guinda, joven y dispuesto, a decirnos, varias veces porque todos somos ancianos, supongo que su abuelo es sordo, que la máquina de recibir las tarjetas se descompuso, y que estaremos un poco más haciendo tiempo. La doña de enfrente de mí me dice: “Yo no tengo tiempo, ¿y usté?”. “Bueno –le digo–, podemos ir a uno de los bancos y sacar el dinerito”. “¡Nombre, ahí te cobran 72 pesos por sacar tu dinero! De manera que si eres este adulto mayor que no tendrías que hacer fila aquí, con todas sus vicisitudes, es mejor esperar, porque 72 pesos significan darle dinero a la banca empresarial y no comprar cigarros, o tortillas”. ¡Újule!, se oye por allá en la fila. Hacer fila es muy de mexicanos, dirían ustedes que está en el adn. Y bueno, el primero que desertó de esta resistencia fue el del sombrero panamá. Yo me quedo por mi interés intrínseco de quedarme donde la mayoría se queda a exigir su derecho. El compa calaca de atrás de mí, siempre sonriendo, me pregunta otra que no entiendo. Le digo que la máquina de dar dinero no sirve. Se pone serio, y luego regresa a su estado zen de risa. Y se ríe. Registro en mi cerebro esta actitud de él, no tiene nada, excepto sus tenis arrastrados sin cintas, pero feliz. ¿A eso se refiere el presidente acerca de la felicidad del pueblo? Quizás. Pienso que me quedaré aquí hasta que el último se vaya a su casa, se suba a su camión, llegue a su colonia, abra las bolsas de lo poco que trajo, y supongo que se reirá, igual que mi compa, el que ríe feliz sin calcetines, seco, moreno, pero voluntarioso.

*Poeta, cronista, editor, traductor y carpintero (Ensenada, B.C., 1954). Ha sido columnista y su obra a parece en revistas y antologías nacionales y norteamericanas. Es autor de siete poemarios y tres libro de crónica.