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Bicitecleando. Casino vs el casi-no. La historia de un sin techo

 

Por Tomás Di Bella*

El 85% de la población mundial es cada vez más pobre; el 15% restante, cada vez más rico: “No queremos saberlo, preferimos no verlo, pero si nos despertamos de madrugada y pensamos en ello un momento nos damos cuenta de que esas cifras nos llevan a la catástrofe”.

J. Berger

De pronto empezaron a aparecer. Uno aquí, otro en otra parte de la ciudad. Primero como un hecho curioso, luego como una posible amenaza a la tranquilidad de las colonias y su vida cotidiana. Hoy tenemos casinos de alto juego y comida rápida para hartarse. Hace diez años esto hubiese sido inconcebible. Hubiese sido un insulto a las viejas guardias políticas y liberales, a los veladores de la expropiación petrolera, a los guardianes conservadores del estatus, pero hoy es una realidad. Como una enfermedad mucósica se extienden por todos los rincones del país, por todo Baja California y principalmente por la ciudad de Mexicali, que tiene el primer lugar en el país con este número que para 2012 ya había llegado a 27. Hoy quizás ya sean mucho más. Mexicali es una ciudad desértica, con un valle inmenso -uno de los más productivos en el país- donde se cosecha y produce toneladas anuales de trigo, maíz, cártamo y algodón, principalmente, entre otras múltiples hortalizas. Es una ciudad industrial con un gran número de maquiladoras –hoy llamadas eufemísticamente empresas de exportación–. También es el principal distribuidor hacia el estado de las aguas del Río Colorado, alimentando a ciudades como Tijuana, Tecate, Ensenada y Rosarito. Y, por último, tiene en su valle la planta geotermoeléctrica más grande del mundo, con una duración estimada de 200 años y una capacidad instalada de 820 MW, que sirven no sólo para alimentar a los estados de California y Arizona en EUA, sino también a Baja California y parte de Sonora, en México. También es una ciudad mediana de casi un millón de habitantes que se debaten y viven entre calurosos veranos de 50 grados centígrados e inviernos gélidos de 0 grados. Con una primavera que podría durar hasta dos semanas, si bien les va. Es una ciudad de contrastes, como toda ciudad fronteriza, donde existen carencias y ajustes, pero donde hay momentos de jauja económica y lasitud espiritual. La mayoría de sus habitantes toman lo de los casinos como algo que de pronto no les incumbe. Es una transa más de los ayuntamientos, opinan, de los inversionistas extranjeros. Y es que el hecho de que estos locales empezaran aparecer se debe a que el ayuntamiento anterior, de extracción panista, vendió todos estos permisos sin alguna consulta ciudadana y como ya es algo legal y el responsable ya no está para reclamarle, el asunto se torna complicado y muestra tintes de burla a la ciudadanía. Mientras tanto estos casinos ya hacen coto de presencia en diferentes lugares de la ciudad, ya son referencia urbana, y ya son visitados constantemente las 24 horas. El flujo de dinero en ellos es algo que escapará por lo pronto a todos nosotros. Dentro de estos templetes del dinero “fácil” se suceden escenarios paradójicos. Hay que tomar en cuenta que son estructuras efímeras construidas con premura codiciosa, por lo que están hechas de stucko plaster, o tablarroca con canaleta de lámina, la manera más rápida de levantar un negocio y no invertir gran cosa; finalmente el interés no es hacer arquitectura perdurable o estética con el objetivo de establecer monumentos históricos, sino levantar un tapanco luminoso para tragar dinero. Y así funcionan. Por dentro son luces estrambóticas en constante seducción, como si alguien se hubiese tomado una droga lisérgica en la noche estrellada del desierto, y que ve maravillado cómo tintinean las estrellas, y escucha correr el agua cristalina en su alucinación sedienta. Una tras otra las maquinitas simpáticas de ruiditos chuscos se apilan como si fuesen edecanes del bienestar y la buena suerte. La gente sentada frente a las luces intermitentes lo único que hace es presionar botones para darle cran una y otra vez a la azarosa manera de circular símbolos. Los casinos son el sinsentido circular de la sociedad contemporánea. Se compra con dinero el derecho a meter dinero en la panza de las máquinas para así, azarosamente y casi nunca, sacar más dinero para reiniciar el circulo vicioso: la metáfora perfecta del capitalismo y sus transacciones falaces en el vacío de los términos deficitarios y de plusvalía. La gente depende del dinero para el juego como el adicto depende de su droga. Veo que día a día crecen las luces destellantes de sus marquesinas. Compiten unos contra otros para ser el más alto, el más brillante, el más cínico en medio y en el centro de nuestras colonias, de nuestras comunidades, de nuestros sueños. Somos vecinos ajenos al rodar de las monedas. Al desparpajo constante de los billetes. Somos inveterados ante la descomunal desfachatez de su afincamiento efímero. Y nada podemos hacer. Ellos están abiertos las 24 horas del día. Nosotros tenemos que dormir para conseguir pequeñas porciones de fuerza y seguir alimentando al sol cada mañana. Ellos tienen ejércitos de empleados a punto de desempleo y nosotros sólo somos un estorbo para su circulación monetaria y mercadotécnica.

II

Lo llamaremos Casi-no, pero en realidad puede llamarse Pedro, Juan o Jorge. Casi-no porque vive en un baldío, debajo de un árbol pino salado, con algunos cartones acomodados con buen gusto y técnica, o con lonas del desecho electoral o comercial. Casi no está, casi no consume, casi no se le ve, pero ahí vive, o pienso que lo hace, no como yo, sino como él. ¿Cómo será? Se le ve ai, nomás. Flacucho, barba blanca y seca, sin hablar con nadie, a veces barriendo la calle frente al erial de la nada. Pero de noche ahí duerme: saquemos varias conclusiones. Brutos que somos. Fue abandonado por su familia. Está solo porque no sabe adónde ir. Lo despidieron de su trabajo. Se volvió loco. Es un sabio y no necesita más que al árbol. Así es la vida y nadie es más feliz que él. Así es la vida y nadie es más triste que él. Un sin casa que nos recuerda que aún tenemos casa. O todo lo anterior. Cualesquier caso, casi no es. Aunque es completamente mucho más que cualquiera otro, o igual. Podrá decirse que es la sal de la tierra. Recuerdo las manos de mi madre, que parecen pedregones morenos de sierras del noroeste, pelonas, con piedras boludas aquí o allá. Así le veo las manos a este individuo. Secas, pero de algún modo fructíferas. Él vive en un baldío que quizás pronto sea fraccionado, o habilitado para hacer otro centro comercial, o quizás otro casino. Por lo pronto está aquí todos los días. Lo veo cuando paso por enfrente de él durante las mañanas cuando llevo a mi hijo de nueve años a la primaria. Siempre igual, lento, sin prisas, con calma, sin apresurarse, tomando el sol, dando algunos pasos alejándose de su refugio, acomodando su bolsa de dormir, levantando del suelo alguna basura, algún desecho urbano, jugando con una ramita del árbol: pensativo. Y pienso que él tiene muchas cualidades, aunque no tenga nada material o posea propiedad alguna. Pienso que adquiere esta ligereza debido precisamente a su estado de efímera situación pasajera. Sus cualidades saltan a la vista: su refugio está hecho de materiales tirados, es decir, ha reciclado lo que para otros ya fue basura. Con estos materiales y con el hecho de que los haya utilizado, él solo ya ha salvado parte de la tierra. No necesita realmente desodorante. Ni enjuague bucal. Se levanta y barre la calle que no es de él, propiamente, es de todos, sin embargo, la barre. La limpia como si limpiase no sólo su cuerpo y alma sino el cuerpo y alma de todos. Es una actitud religiosa de antes de las religiones. Limpia porque eso está en su sistema. Su sistema es sobrevivir. Y vivir dignamente. Pero ¿qué es digno para él? Supongamos que es digno comer un par de calabazas y una papa. Pero nunca le he visto comer. Supongo también que se esconde para hacerlo, y para hacer todo lo demás que nosotros hacemos. Pero lo único que veo en él es su figura erecta a un lado del árbol, que es su casa, caminando de aquí para allá, no muy lejos, sin alejarse demasiado. Pero se me antoja que él es el dueño y señor del lugar. Yo no me atrevería a acercarme a su espacio sin ser invitado. Pero el espacio es de todos. Quizás no entendamos esto, es decir, la tierra, el árbol, los matorrales, son de todos, pero él los habita como si fuese sólo para él. Eso, creo, es el secreto que guarda. No es dueño de nada, sin embargo, es el cuidador de ese todo. No necesita seguro de vida, ni ascenso salarial. Sólo está para recordarnos la primigenia manera de ser. Al lado del árbol, con una botella de agua, con flacura insípida, sin droga, camisas limpias o estufa cultural. No tiene pareja aleatoria o concupiscente, ni mascota o equipo político preferido. No grita ni calla, sólo es. La gente de los fraccionamientos que compramos para tener todo cercano y que todos los días lo vemos quizás con envidia, nos alejamos cada vez más de esta esencia. Sus problemas quizás son inabarcables para nosotros, incomprensibles en su mismidad metafísica, abominables para el standard and poor, pero sigue siendo un pilar reconocible. Aunque lo neguemos o volteemos la cabeza hacia el futuro del día rechoncho y confortable, él seguirá hacia un camino más libre que el que nosotros nos planteamos.

III

Mi hijo me invitó a comprar un cubilete la noche del fin de año. Ese vasito con cinco dados que chacaleas haciendo ruido y lanzas para ver qué sale. El último día del año jugamos al póker sobre la cama. Afuera hacía frío, y sobre las cobijas, mientras tirábamos los dados y cada quien ganaba su turno, pensé que lo lúdico estriba en el azar si apostar a ganar. Nos divertimos de esa manera. De esa manera recibimos el nuevo año, con humo en las calles, gritos y truenos, y él y yo, tirando los dados azarosos. No importaba cómo cayesen o quien ganase, lo importante era lanzarlos. Nacimos a este mundo obligados a ser ganadores. Si pierdes, eres desbandado, desahuciado, eliminado, postergado. Lo importante es ser el ganador, no importa a quién aplastes, a quién apabulles, a quién arrolles. Los países como los individuos se comportan de esa misma manera. Pero al jugar con mi hijo reiteré que lo importante sigue siendo el juego, sin importar el resultado. Los casinos son la repetición fiel y exacta de la sociedad actual: ven y apuesta que serás un ganador. El casi-no es el verdadero ganador.

*Poeta, cronista, editor, traductor y carpintero (Ensenada, B.C., 1954). Ha sido columnista y su obra a parece en revistas y antologías nacionales y norteamericanas. Es autor de siete poemarios y tres libro de crónica.