Carlos Alberto Gutiérrez Aguilar*
Ahora que la Organización Mundial de la Salud ha declarado el final de la emergencia mundial por la pandemia del covid-19, no puedo evitar mirar atrás, especialmente hacia los tres semestres que viví interactuando con mis alumnos por medio de la computadora.
Muchos relatos se han publicado en los cuales docentes de todas partes narran sus experiencias durante la contingencia sanitaria. Me permito compartir en esta ocasión mi propio testimonio.
En el Instituto Salvatierra de Mexicali, donde presto mis servicios como profesor desde 2011, dejamos de asistir a clases presenciales –como se les conoce ahora– el miércoles 18 de marzo de 2020. Los maestros recibimos una breve capacitación sobre el uso de la plataforma Google Classroom y nos preparamos para lo que venía.
La actividad en línea con los alumnos inició el lunes 23 siguiente. Fue para mí toda una novedad, pues nunca me había comunicado de esa forma con mis estudiantes, aunque los intercambios con el uso de internet no eran desconocidos para nosotros, ya que desde algunos ciclos escolares yo creaba grupos de Facebook para mantenerme en contacto con ellos fuera del aula.
Al inicio de la cuarentena me correspondía impartir las asignaturas de Lengua Materna (Español) 2 a dos grupos de secundaria y Literatura 2 a cuatro grupos de cuarto semestre de preparatoria. Fue necesario adecuar las planeaciones y nuestros calendarios de clase; inicialmente las sesiones virtuales se utilizaban más que nada para resolver dudas de los trabajos que se encargaban a través de las plataformas. Posteriormente ya se convirtieron en clases, con su propio horario.
Los alumnos respondieron muy bien en general, durante los primeros meses quizá porque se mantenía la esperanza de que pronto podríamos regresar a nuestras aulas y retomar la vida escolar. Pero la gran decepción ocurrió cuando llegó el momento del cierre y las graduaciones debieron realizarse a distancia, todos frente a su computadora.
Creo que para mí resultó de gran ayuda la metodología de proyectos didácticos que había empezado a utilizar en mis clases de Español a partir de la reforma curricular de 2006. Convencido de los beneficios que representa esta forma de enseñanza, también la había puesto en práctica posteriormente en mis cursos de bachillerato.
Pude adaptarme, entonces, a guiar las actividades en línea, instruyendo a mis alumnos en lo necesario para que pudieran trabajar. A medida que constataba su desempeño y sus requerimientos, los proveía de los recursos que les pudieran ser útiles. Generalmente preparaba los apoyos en forma previa, pero en más de una ocasión surgieron cuestionamientos que me llevaron a buscarles materiales de inmediato, en tanto ellos continuaban leyendo y escribiendo.
A diferencia de las actividades que efectuábamos en el salón de clases, durante la virtualidad siempre les pedí a mis estudiantes que elaboraran sus producciones de manera individual, con el fin de darles un seguimiento personalizado hasta el punto en que las condiciones lo permitieran. Por mi parte, exponía lo que consideraba preciso para brindar instrucciones y explicaciones, de modo que ellos tuvieran la oportunidad de avanzar en sus productos y plantearme sus dudas en la misma sesión. Por las tardes revisaba sus entregas y les enviaba retroalimentación, la mayor parte de las veces por correo electrónico –aunque en ocasiones algunos me solicitaron que los asesorara por videollamada.
A partir de agosto siguiente y hasta junio de 2021 nuestra interacción se dio por completo en forma virtual. La angustia y el cansancio eran cada vez más notorios, por lo que la dirección de la Escuela Secundaria nos solicitó que disminuyéramos la carga académica. Así lo hicimos.
A lo largo de esos meses mis alumnos siguieron siendo los protagonistas de nuestra historia. Para mí representaron un gran apoyo, aunque no lo sabían. Las seis horas que transcurrían diariamente mientras yo veía y escuchaba a algunos, observaba el cabello de otros (o el techo de sus recámaras) y conocía las fotos de perfil de los restantes me permitían concentrarme en ellos y dejar de pensar en la amenaza del covid.
Ese ciclo escolar mis grupos en la secundaria aumentaron a tres, también en segundo grado, en tanto que en la preparatoria solo impartí clases a dos grupos de Literatura; de agosto a enero tuve también a mi cargo un grupo de primer semestre, con la asignatura de Taller de Lectura y Redacción 1.
Trabajar con los bachilleres de nuevo ingreso resultó una experiencia muy placentera, pues se dejaron conducir a lo largo de los proyectos y respondieron bastante bien. Eran estudiantes muy afables y laboriosos; los minutos volaban en su aula virtual. Llegué a tenerles un gran aprecio y siento que fui correspondido. Algunos habían sido mis alumnos en la secundaria; a otros los conocía de vista. A los demás no los vería cara a cara sino hasta el siguiente ciclo, de regreso en la escuela.
Experiencias sumamente gratificantes fueron también para mí las clases de español, en segundo grado. A lo largo de los meses los alumnos conservaron, en general, una actitud positiva y algunos mostraron un gran interés durante las sesiones. Pero quizá eran ellos quienes más sufrían por el obligado aislamiento, lo que repercutió definitivamente en los niveles de aprendizaje de la mayoria. (En ambas escuelas se presentaron importantes retos para las áreas de orientación).
Con mis estudiantes de Literatura la relación fue menos cercana, aunque a varios de ellos ya los conocía desde la secundaria. Su participación en las clases fue menor, aunque igualmente se mantuvieron trabajando. Un buen número de ellos lograron productos de gran calidad.
En sus comentarios sobre los proyectos que desarrollamos, mis alumnos de ambos niveles expresaron lo que habían aprendido y lo que les había agradado. Y coincidieron en que trabajar en línea no resultaba por completo satisfactorio para ellos; todos ansiaban (ansiábamos) regresar a las aulas de verdad, a convivir frente a frente. Pero ese mañana nos parecía muy lejano e incierto.
A partir de agosto de 2021, a invitación de la dirección general del instituto, dejé los salones de clase para hacerme cargo de la biblioteca escolar. En ese espacio me fui reencontrando después con la mayoría de los protagonistas de esta historia, reconociéndolos tras dos años de no haberlos visto en persona; conocí a otros y adiviné a algunos más a través de sus cubrebocas. A unos pocos de los que egresaron en junio de 2020 he tenido oportunidad de saludarlos en diversas ocasiones.
A veces miro las grabaciones de mis clases de esos semestres y me emociona ver a mis alumnos aparecer en la pantalla durante sus participaciones, con sus caras de niños que han ido perdiendo; releo sus textos escritos en aquellas sesiones en que la tecnología nos fallaba un día sí y otro también y mi mente se inunda de recuerdos. A quienes todavía siguen en la escuela los saludo gustoso cuando ocasionalmente visitan la biblioteca.
Siempre estarán en mi corazón como mis principales apoyos en esos momentos de gran dificultad, en esos tiempos que hoy parecen tan lejanos y cercanos a la vez.
P. D. Algunos de los productos elaborados por mis alumnos entre marzo de 2020 y junio de 2021 pueden leerse en mi blog Tallereando (https://nuevotallereando.blogspot.com/p/producciones-de-la-pandemia.html).
*Profesor especializado en Literatura y Lingüística por la UABC. Maestro bibliotecario y divulgador de la historia local. Correo electrónico: gutierrezaguilar.ca@gmail.com.