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Un ataúd para la mismocracia

 

Un ataúd para la mismocracia

Bicitecleando

Por Tomás Di Bella

El regreso en el futuro, de lo mismo del pasado -sutil y agresivo-, entendido lo mismo como algo que nunca cambia, se asoma. Y se da, brota, entre y por la malfunción de los beneficios sociales del actual sistema, y sus vastos logros. Los mismócratas trabajan arduamente para defenestrar por la borda del país, todos los otros nos.
La bandera velcro -el velours et crochet-, de los mismócratas, hoy ya no les sirve. Esa bandera ha sido manchada por sus tantas féretras evidencias. Ahora buscan el algodón, el tejido ancestral y el colorido. Pero aun que se vistan de maíz, o se pongan caitas o huaraches, se alimenten de los ojos del despreciado y abran cuentas bancarias con soluciones para todos, la bandera, su bandera, está en el lodo.
Los mismócratas son afectos a la mentira, por ello, la mentira como engaño, nubla la mente, y luego esa locura de creer e insistir en templos: que ello es verdad, y además histórica, es decir, aprender y abrevar de ella, se convierte en la verdad-mentira, o en la mentirosa verdad. El primer es el concepto del Estado en dominio. El segundo es la imaginación al servicio de la comunidad.
Los mismócratas son los más cuerdos del mundo. Son contrarios a la locura del que dijo que la cordura es un tejido lineal. La cordura es una cuerda tejida para cualquier menester. Un lazo, cuerda pal trompo, mecate pal tambache, amarre emocional, pero nunca para detener. (Habría que ver la trenza de un cabello con listones). Lo cuerdo, el cordón umbilical de los mismócratas, es decidir cuándo y a quién amarran.
Según el Inegi, en este país de maíz, somos 398 mil 22 carpinteros. Unos marrulleros, otros maso. El 10 por ciento de todos, son indígenas. La mayoría son hombres, y sólo pocas mujeres hacen el oficio y no se vale. En una comunidad de respeto al árbol maderable, cuya sabia y tronco tendrá opinión en la herencia cultural, y bajo cuyo techo frondoso, se cocinará la vida libre, con tortillas y machetes, ofrecemos, los obreros de la madera, construir gratis un ataúd para los zombis que quieren regresar. (Servicio Público Social).
Según el Diccionario de la Real Academia, la mismidad es lo que uno es. No hay de otra: se es porque ya que así es, es. Esto me hace dudar, no sólo del término de mismitud, que con paradojas podríamos alternar con su contrariedad etimológica que sería multitud; la mismidad es un cerco de llama y malla ciclónica con púas que evitan, evaden, enfrentan, y nunca argumentan.
El instrumento favorito de los viejos-nuevos-mismos, es repetir machaconamente que el mundo se va a caer, para así, sembrar miedo, incertidumbre y a río turbio acceder al poder y regresar a hacer sus jugosos negocios. Es la extrema derecha de siempre, que a veces se disfraza de progresista, sin propuestas de cómo podría ser mejor: los mismócratas no tienen argumentos, sólo botargas para amenazar y asustar.
Las maneras de cambiar tienen que ver con ser trágicamente optimista, o pesi-mística-mente esperanzado, ello, según yo y el vagabundo de la calle, sólo se resuelve no apretando manos diplomáticas -que casi siempre llevan a una transacción comercial-, sino, como decía Melchor Ocampo, habría que apretar ciertos pescuezos, sin violencia, dicho sea.
Los mismócratas aman el pasado; ahí reinaban y se daban la gran alegría sobre ríos contaminados. Pero como les gusta el riirruan de las visiones, desean ser dueños de lo que nunca construyeron, como un tren que ni destruirán y obsesos quieren subirse, otra vez.
La mismocracia es, en realidad, una falacia regresiva. Es lo mismo, pero peor. Es igual, pero diferente. Enough is too much, decía Polkinhorn.