Foto: Universidad Internacional
Por Rosa Espinoza
Los ojos fijos sobre el pelo. El cepillo alisando los mechones para disponer de ellos como listones de memoria y ahínco. Un lazo de pelo se acomoda al centro, se interpone al de la derecha para cruzar luego al de la izquierda en movimientos sucesivos. Va uno, va el otro hasta llegar hasta la nuca. Y el nudo, escondido entre la maraña. El final es una cabeza coronada en una canasta reluciente. No recuerdo cómo empecé, pero si cuándo terminé de peinar y cuando, con sus propias manos, mi hija consiguió repetir ese gesto de entramar su cabello, replicarlo en las muñecas y ahora en las mujeres que acicala para una pasarela. Ella, con sus manos memoriosas, con su habilidad y sus ganas.
La vida es una trenza de tantas cosas: recuerdos, pesares, alegrías, emociones inexplicables, rompimientos y uniones. Uno construye el amor desde el entrecruzamiento de la esperanza y la fe. Uno mira el corazón desde las entrañas y descubre la trenza que es. Uno mira el ramal de venas que recorre el cuerpo y no puede dejar de pensar en trenzas, en los hilos vitales que sostienen y unen la carne con el alma.
La mujer sobre la acera fría trenza. Elabora canastas que luego llevarán la fruta. Sobre su cabeza sus cabellos son un nido tejido con listones. Rehilete de pelo y colores vivos. Sonríe. Trenza la soledad y el hambre.