Después de la pandemia, me hice muy aficionada a escuchar podcasts, dejé de lavar los platos al ritmo de la gata bajo la lluvia para hacerlo mientras escucho entrevistas, leyendas, cuentos o datos curiosos. Mis intereses me han llevado a descubrir podcasts muy interesantes de literatura o entrevistas. Justo hace poco escuché uno donde entrevistaban a la periodista Lydia Cacho. Entre todo lo que platicó, contó cómo en sus primeros años de periodista cuando la mandaban a hacer investigaciones, ella se las ingeniaba para darle la vuelta y hablar de temas incómodos de los que en ese tiempo no se hablaban y que a ella le interesaban. Eso a sus editores no le hacía mucha gracia pero como ella menciona, se lo aceptaban porque escribía bien. Hizo énfasis en que hay que reivindicar el buen uso del lenguaje. Esto me dejó pensando ¿qué es el buen uso del lenguaje?
Cuando somos infantes, y estamos aprendiendo a hablar, además del mero hecho de comunicarnos, empezamos a jugar con las palabras: desde las onomatopeyas hasta las que nos parecen divertidas no sólo por lo que significan, sino por cómo suenan. Apelamos a la sonoridad y a las rimas para poder jugar con el lenguaje, así encontramos que más allá de su función comunicativa, también podemos disfrutar su uso.
Cuando entramos a la escuela por primera vez, llegamos con la gran ilusión acceder a la llave mágica de los códigos escritos. Y como si de un dragón se tratara, es aquí donde las reglas gramaticales y ortográficas atraviesan nuestra relación con el lenguaje, dando paso a que lo escrito pueda perder su sentido primigenio de expresión, comunicación y recreación por la rigidez de la normatividad, es decir: que lo que digo pierda valor por la forma en la que escribo. No me malentiendan, las reglas son muy importantes y nos ofrecen muchas posibilidades, pero que nunca se nos quiten las ganas de expresarnos por el temor de hacerlo mal. Cuando Lydia Cacho hablaba de reivindicar el lenguaje, pensé en la oportunidad que nos da el conocer palabras nuevas y específicas para nombrar cosas, y también pensé en la posibilidad de tomar esas palabras recomponerlas, sacarlas de lugar, acomodarlas en contextos diferentes y como si fuese plastilina, jugar con ellas, es decir apropiarnos, quitarle lo sacro a la lengua, para amigarnos con ella, expandir nuestras estructuras, pensamiento e ideas para ayudarnos a expresar y comunicar de una manera más efectiva eso que queremos decir.
Saber las reglas nos ayuda a identificar cuando hay que usarlas para comunicar algo en específico, pero también para identificar donde hay que romperlas para darle cabida a otros nombramientos que no estaban y así nombrar nuestros mundos. Dejar de ser paladines defensores de la RAE para mejor identificarnos como usuarios de la lengua que continuamente está cambiando, que ayuda a nombrar los mundos que continuamente transitamos, es decir, que el lenguaje sea la herramienta que construye y nos expande; no un tesoro sagrado, arcaico e intocable que cuidar.