Este verano me invitaron a dar un taller de cuentacuentos. Las y los participantes oscilaban entre los cinco y trece años. Después de la pandemia me emocionaba poder trabajar con infancias, pero me entró el temor de lo desconocido: ¿cómo eran las infancias post pandémicas?, ¿qué querían?, ¿qué necesitaban?, ¿cómo hacer que un taller de cuentacuentos fuera tan emocionante como un taller de K-Pop, de robótica o dibujo? Preparé mis estrategias y sobre todo apelé a mi sentido de la escucha para aprender y construir, no sólo a la escucha auditiva, sino el poner atención en las ganas, las peticiones y la respuesta a los estímulos de las y los participantes.
El primer día al entrar al salón me di cuenta que era un grupo pequeño, aunque el reto mayor era trabajar con la disparidad de edades. Como mediadora de lectura, cuentacuentos y actriz improvisadora, sé que nunca de los nuncas hay que perder el sentido lúdico de los aprendizajes, pero a veces en mi disfraz de adulta se me olvida. Inicié leyendo un cuento y ahí empezó la magia. Atraer al oyente convirtiendo el espacio del taller en un espacio seguro para el juego, la participación y el afecto. Mi miedo de trabajar con infancias post pandémicas acostumbradas a grandes estímulos audiovisuales se transformó en emoción al empezar a descubrir sus códigos y conectar con una de las actividades primarias de los seres humanos: contarnos historias.
Quienes somos mediadores de lectura podemos formarnos por múltiples caminos; es decir, no hay una senda única. Para desarrollarnos en esta actividad los requisitos indispensables son el amor a la lectura, la generosidad y la creatividad. A esto siempre hay que sumarle algo de teoría y de preferencia socializar nuestras experiencias e ir creado redes de trabajo. Sí, el trabajo en colectivo da los mejores resultados.
No hay recetas mágicas, cada grupo, cada lector es diferente. ¿Cómo logramos construir puentes entre un libro y un lector? Escuchando. Escuchando a las personas, sus gustos, sus inquietudes y motivándoles a encontrar un libro que lo interpeles desde el afecto y la curiosidad. Tomar la variedad de temas que hay en los libros y aventurarnos en las posibilidades que ofrece el lenguaje para disfrutarlo, y construir puentes con lo literario desde el fondo y la forma.
Este taller de cuentacuentos me recordó por qué disfruto tanto ser mediadora de lectura: me dio la oportunidad de retomar la teoría, de jugar con ella, de imaginar, de conversar, conocer y descubrir a un tipo de infancias con las que yo no había convivido. Es decir, no es un camino vertical, ser un puente significa ir y venir, conectar con nuestra propia capacidad de asombro, ir construyendo afecto y conocimiento. Las y los niños me enseñaron mucho con su forma de ver el mundo. Los espacios para compartir historias, libros y literatura nos permiten darnos cuenta de los mundos posibles a los que podemos acceder.
Ser mediadora de lectura es ser acompañante y compañera de aventuras, tanto en lo literario como en las posibilidades para descubrir nuestra propia humanidad y renombrarnos el mundo.