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Bicicleteando. Haitianos en el mercado de abastos Braulio M.

 

Foto: Aline Corpus
Por Tomás Di Bella*

Si uno precisa el avance del nuevo capital financiero en Mexicali, Baja California, entenderá no sólo el auge y rescate del mal llamado “centro histórico”, primer cuadro de la ciudad, con sus componendas asfálticas o pintarrajeadas de fachadas estéticas.

Uno tendría que entender que ese rescate es ni más ni menos que una transacción privada y que también es, una propaganda de bienestar político. Y una cosa va con la otra, dijo mi aguélo. Este rescate, símil de otras entidades en el país, significa una gentrificación (agandalle, por sus siglas) acelerada y, dicho sea de paso, tardía. Pero ai la lle va. Rescate al fin, a quién no le gusta ello.

El detalle inmisericorde, es que es sólo en una zona muy pequeña, donde el centro nodal es la catedral, socórreme señor, y más al sur de esta joya cuadrática repartida, cruzando la avenida Lópes Mateos, se llega al abandono de años.

Aunque los comercios son entre bares, cantinas, taquerías, restorancitos, loncherías, licorerías, tiendas de orientales con arraigo, edificios que no ostentan ser históricos con placa gubernamental, y sin embargo ai stán desde hace mucho, baños de vapor y centros culturales breves, no hay inversión posible.

Más al sur de esta zona guapachosa, olvidada, pero heroica, se baja uno al mercado de abastos. “Vamos al río”, decía mi abuela Josefina. Y es que este mercado está en los meandros de lo que era el río que atravesaba la ciudad, brazo o fluyente del río Colorado. Después se le llamó Río Nuevo, nomás porque lo entubaron y encementaron. Ingenieros nuevitos del emprezarismo ávidos de nombrar cosas nuevas.

Entonces uno camina hacia aquel rumbo. Y después de la algarabía de dulcerías con piñatas multicolores, de gente sonriente y recios trabajadores, llega al mercado donde todos estamos y algunos nunca vienen.

El mercado, según mi abuela hermosa, principalmente ofrece, en la parte más baja de la ciudad, el río: maíz. En trocas que a veces llegan de Nayarit, algunas de Sonora, otras de Sinaloa y pocas veces del valle éste. Ahí la oferta no es demanda: todos tienen el mismo precio, y todos ofrecen lo mismo. Aquí la mazorca es la reina, y hay que respetarla.

Andando en el pueblito, que pareciese un callejón de Querétaro viejo, o una callecita de Guanajuato, salen las cajas de verdulería a la norteña. Cajas de tomate, chile verde, mangos dulces, repollo y frijol negro. Hay cargadores –eufemismo de minero- que andan en las cansadas. Entonces ves (y le pregunto su nombre y me dice Ethian) a un haitiano migrante trabajador firme y sonriente. Aceptado displicentemente por la raza. No sin carrilla, vehementemente integrado. Llegó para quedarse, hacer amistad, trabajar y ver un futuro feliz junto a la gente.

Dos polos de la ciudad: el norte, junto a la barda suspirante, los nuevos negocios, abalados, factibles, hereditarios; y el sur, con los chiles erectos de la verdura, con las uvas morenas del valle, con la campesina levantando desde el suelo la fruta nueva.  

*Poeta, cronista, editor, traductor y carpintero (Ensenada, B.C., 1954). Ha sido columnista y su obra a parece en revistas y antologías nacionales y norteamericanas. Es autor de siete poemarios y tres libro de crónica.